
¨Tal vez hace diez años, la misma idea de proponer a un editor realizar un libro monográfico sobre “la lucha de clases” habría sonado algo disparatada o trasnochada», escribió el pensador italiano Domenico Losurdo** en 2016. ¿Lucha de clases? ¿Ese no es un concepto más propio del siglo xx que de las democracias contemporáneas?
Hoy, sin embargo, y por razones de todos conocidas, la sonrisa que se nos escaparía hace tan solo una década torna en semblante serio. Ante las nuevas prácticas de contestación política, y frente a medidas que, presentándose como políticamente neutras, no han hecho más que aumentar la desigualdad, tal vez no sea tan absurdo revisar el empolvado concepto de “lucha de clases”, analizar su historia, su alcance y sus limitaciones.
Pero quien pretenda hacer tan arriesgado movimiento habrá de vérselas con los teóricos contemporáneos que quisieron lanzar dicho término al cementerio conceptual del análisis social.
Pensadores como Fukuyama, Habermas o Fraser que, o bien proclamaban el final de tan encarnizada lucha, o su apaciguamiento,o el tránsito al paradigma del reconocimiento, entendiendo que aquel era ajeno a éste frente a estos autores, y también frente a aquellos que perplejos ante
los acontecimientos recientes hablan de un renacer de esta lucha (como si llevase tiempo muerta), Losurdo trata de poner negro sobre blanco y escarber la historia de tan denostado concepto.
Defiende la tesis de que el feliz abandono de la noción de “lucha de clases” se asienta en la incomprensión —total o parcial— de lo que este concepto contenía y abarcaba, en una visión reduccionista de las dimensiones que teórica e históricamente ha comprendido el término.
En un libro ampliamente documentado, Losurdo efectúa un recorrido histórico y filosófico sobre las diferentes concepcionesque se han tenido en torno a esta noción en el pensamiento y en la práctica marxista. Así, sin negar que en repetidas ocasiones el término se ha devaluado para expresar únicamente la contradicción capital-trabajo, hay en la propia obra Marx y Engels una noción mucho más rica y amplia de dicho concepto. Una noción que aspira a ser una “teoría general del conflicto social”, situando este conflicto —frente a otros paradigmas de la época— en una dimensión estrictamente histórica.
De este modo, el libro propone una interpretación de la categoría marxista, que permita entenderla como un genus, bajo el cual se subsumen diferentes species.
El análisis marxista, tratando de ser ariete contra todo tipo de opresión, evita cualquier simplificación y “se esfuerza por tener en cuenta la multiplicidad de formas con que se manifiesta el conflicto social” (p. 63), sostiene Losurdo.
De este modo, bajo la categoría de lucha de clases se subsumirían diferentes conflictos sociales, con diferentes lógicas y sujetos
protagonistas, y no todos ellos reductibles a luchas por la emancipación.
Se entiende con esto que los conflictos entre las diferentes clases dominantes también son lucha de clases (conflictos entre burguesía y aristocracia, o entre las diferentes burguesías nacionales), y que dentro de las luchas emancipatorias el panorama es complejo.
Así, señala el autor, bajo esta última categoría habría que diferenciar al menos tres tipos de conflictos y de sujetos: “la lucha cuyos protagonistas son los pueblos en condiciones coloniales, semicoloniales o de origen colonial; la lucha protagonizada por la clase obrera en la metrópoli capitalista (en la que se centra la reflexión de Marx y Engels); y la lucha de las mujeres contra la «esclavitud doméstica»”
(p. 64). Cada una de estas luchas, señala Losurdo, “pone en cuestión la división del trabajo vigente a escala internacional,nacional y familiar” (ibidem) y con ello, añade, “ponen en cuestión las tres «relaciones de coerción» fundamentales que constituyen el sistema capitalista en conjunto” (ibidem).
La tesis principal del libro es que esta distinción no solo podemos encontrarla —de modo más o menos explícito, más o menos sistematizado— en los propios escritos de Marx y Engels, sino que también podemos rastrearla en la práctica y en el pensamiento político de Lenin y Mao.
Se trata de poner fin a aquella imagen que caricaturiza el pensamientomarxista como una teoría únicamente interesada en el conflicto capital-trabajo, como un pensamiento que, ingenuamente,
piensa que el capitalismo tiende a disolver en el aire toda complejidad histórica.
Frente a esta visión Losurdo nos presenta un Marx interesado, política y
teóricamente, en las luchas de emancipación nacional de Irlanda y Polonia, algo que a primera vista no podría encajar en ese esquema que reduce todo a luchasentre burguesía y proletariado.
Tampoco encajaría en ese esquema el enorme interés que le suscitaba la Guerra de Secesión Norteamericana y su declarado entusiasmo por los unionistas del norte (¡sí, los industriales capitalistas!).
Pero entonces, si el marxismo tiene desde sus orígenes una visión plural del conflicto social ¿por qué se ha tendido en numerosas ocasiones a caer, desde sus propias filas, en un análisis monocromático de la realidad social?
La respuesta a esta pregunta no es sencilla, y parte de la culpa podemos atribuírsela a los propios Marx y Engels, que pese a que en sus momentos más lúcidos se opusiesen a tal reduccionismo, sí que tienen escritos
que caen en una lógica binaria de conflicto social, como ese famoso pasaje
del Manifiesto del partido comunista que dice lo siguiente:
“Nuestra época, la época de la burguesía, se caracteriza por haber simplificado estos antagonismos de clase.
Hoy, toda la sociedad tiende a separarse, cada vez más abiertamente,en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases antagónicas: la burguesía y el proletariado” (MEW, 4; p. 463).
Laidea misma de que se puede exportar la revolución, sin tener en cuenta las características propias de cada país, tambiéncae en esta lógica binaria.
La tesis de Losurdo es que los creadores del Manifiesto, pese a tener unas
premisas teóricas que apuntaban en otra dirección, muchas veces caen por su propio pie en esta simplificación.
de los motivos por lo que sucede esto es la dificultad de moverse teórica y políticamente por el complejo entramado de “relaciones de coerción” que atraviesan realmente las sociedades.
Y es que hay que contar con que constantemente se producen conflictos de libertades que obligan a sacrificar temporalmente ciertos derechos en pro de otros.
Puede ocurrir, por ejemplo, “que el reconocimiento de la autodeterminación de un pueblo fortalezca al enemigo principal del movimiento de liberación de los pueblos
oprimidos en conjunto” (p. 149) o, como en el caso de las restricciones de libertades que se dieron en la Unión, haya que escoger entre “Esclavitud perpetua de los negros o limitación parcial y momentánea
del principio de autogobierno y libertad de prensa” (p. 152).
Conflictos todos ellos dolorosos, pero en la práctica política ineludibles, que podrían tentar, por pereza teórica, a refugiarse en esquemas
reduccionistas para eludirlos, o mejor dicho, para no verlos.
El problema surge cuando, sobre estas simplificaciones, se edifica el llamado “Socialismo Imperial”.
Se trataría de aquella teoría que, presentándose como socialista, obvia la dimensión nacional de la lucha de clase, desembocando con ello en un chovinismo de nuevo tipo.
Frente a esta interpretación ideológica del marxismo se levanta Lenin, a quien Losurdo le otorga el mérito de “haber superado definitivamente la lectura binaria de la lucha de clase” (p. 179) al subrayar el carácter internacionalista del movimiento comunista.
Esta dimensión será completamente asimilada por Mao cuando habla de la “identidad entre la lucha nacional y la lucha de clases”, y en general por toda la tradición partidaria de la Revolución de Octubre.
Otro aspecto importante que trata el libro de Losurdo, y que va al corazón mismo de la praxis marxista, es el del modo como se pensó la articulación de la lucha de clases tras la supuesta conquista del poder político por parte del proletariado.
Como es bien sabido el pensamiento marxista no consideraque la lucha de clases concluya con la conquista del poder político de la clase trabajadora.
Después de esta toma, por el contrario, las beligerancias de clase no
solo continúan sino acaso se hacen más fuertes.
Por eso Lenin los meses previos a la revolución bolchevique consideraba
tan necesario dotarse de una teoría marxista del Estado, porque entendía
—frente a los anarquistas, y en sintonía con Marx— que el Estado era un instrumento necesario en la nueva coyuntura.
A este respecto Losurdo muestra en el libro los problemas históricos y teóricos a los que tuvieron que enfrentarse los llamados Estados socialistas: el problema de la desigualdad entre países, el lograr productividad competitiva, o el impulsar la economía nacional más allá demomentos de movilización popular, etc.
Problemas en los que se vieron envueltas tanto la URSS como China, cuando tenían que competir con las “naciones ricas” del planeta. ¿Puede llamarse a este conflicto internacional lucha de clases?
Tal vez este sea uno de los puntos más controvertidos del presente libro.
Más interesantes son sin lugar a dudas las páginas que dedica a la cuestión
del reconocimiento.
Como bien señala el autor, frente a una falsa dicotomía entre
paradigmas de redistribución o reconocimiento, las luchas de los esclavos,
de los obreros, de las mujeres o de los pueblos oprimidos, siempre han tenido en el plano ético una dimensión de reconocimiento: “Tan distintos como los sujetos son los contenidos de la lucha de clases, pero siempre podemos hallar un mínimo común denominador: en el plano económico-político es el objetivo de modificar la división del trabajo (en el ámbito internacional, en el de la fábrica y en el de la familia); en el plano político-
moral es el objetivo de superar los procesos de deshumanización y osificación que caracterizan la sociedad capitalista: el objetivo es el reconocimiento”
Losurdo quiere dejar claro que tanto histórica como filosóficamente “es
imposible deslindar claramente la lucha por la redistribución de la lucha por el reconocimiento”.
Sin embargo tras esta adecuada contextualización de la cuestión del reconocimiento dentro de la lucha de clases, el libro esconde una de sus carencias más grandes. Considero que la falta de atención que en él hay contenida a la lucha de las mujeres por la emancipación es cuanto menos sintomática. Y es que pese a que señale esta lucha como uno de los tres vectores en los que se inscribe la lucha de clases emancipatoria, el libro, sin embargo, prácticamente solo se mueve en torno a la relación entre la lucha de liberación nacional y lucha obrera.
La falta de atención a la interconexión de las estas dos esferas con el eje de género, lo podríamos tomar como una reproducción a pequeña escala de la desgracia que ha vivido el movimiento feminista.
La lucha por la igualdad de género, pese haber sido una reivindicación históricamente asumida por la izquierda, luego en su práctica política ha sido (y es todavía) olvidada, cuando no es explícitamente relegada a un segundo plano.
Aún así, con todos sus deslices y olvidos, el libro puede tener su valor si
sirve para abrir el debate en torno a la recuperación del concepto de lucha de clases. Tal vez hoy recordar la dimensión de clase del conflicto social, puede resultarnos útil para la lectura de nuestro contexto más cercano. Útil en cuanto su rasgo internacional, puede ayudar políticamente a entender los desajustes entre el norte y sur de Europa; útil porque podemos entender con ello por qué “casualmente” las políticas de recorte
siempre apuntan a la devaluación de los derechos (y la existencia material) de las clases trabajadoras; y útil en cuanto podría servir para comprender por qué la pobreza y la precariedad laboral que ha venido con la crisis, se ceba especialmente con las mujeres.
También, recuperar este viejo concepto puede que tenga cierta urgencia en una Europa donde el descontento social, lejosde volverse conciencia de la dimensión de clase contenida en la crisis, está siendo aprovechado por movimientos populistas xenófobos y nacionalistas, como puede ser el caso De Le Pen en Francia, los islamófobos en Alemania, o los neofascistas del Jobbik húngaro, entre otros muchos crecidos al calor de la crisis.
Ante este sombrío panorama (el de lo existente, y el de lo que puede venir si no se reacciona a tiempo), todo lo sea abrir el debate sobre las categorías que debemos emplear para entender e intervenir en nuestra convulsa realidad social, es de valorar.
Si además se hace desde una posición comprometida y radicalmente universalista, el agradecimiento es doble. Ahí queda la aportación de Losurdo.
*Domenico Losurdo (1941-2018) fue un historiador, escritor, profesor universitario y filósofo italiano, uno de los principales del siglo XX, cercano al comunismo. Se le conoció fundamentalmente por su postura crítica con la situación de Italia y su revisiòn històrica del ciclo stalinista soviètico.