
Tomó quince años negociar las condiciones del ingreso de China a la Organización Mundial de Comercio (OMC), una muestra de los desafíos que representaba reconciliar la economía china con las reglas liberales del comercio internacional.
Los funcionarios norteamericanos apostaban que esos términos obligarían a China a someterse a las normas de mercado e integrarse al orden económico global.
“Pero esas esperanzas –dijo Yeling Tan, profesora de Ciencia Política en la Universidad de Oregón– suenan hoy apenas como una ilusión”. Su texto –un ensayo premiado, con el título “How the WTO changed China”– publicado en la edición de marzo-abril de la revista Foreign Affairs, da el tono de decepción que predomina del lado norteamericano, al ver fallidas sus esperanzas.
Quizás el mismo tono que el presidente Joe Biden adoptó en su primera conversación telefónica con su colega chino, Xi Jiping, el pasado miércoles, 10 de febrero. La lista de reclamos es conocida: las prácticas económicas de Beijing, que Washington estima desleales y contrarias a las nomas de la OMC; los derechos humanos, que reclama violados en Hong Kong y en Xinjiang; las tensiones en el mar del Sur de China.
Y las relaciones con Taiwán, un problema de integridad territorial para Beijing, que ha advertido contra cualquier intento de desconocer el principio esencial de su política internacional: la existencia de “una sola China”.Si bien la administración Trump no lo desconoció, incrementó el nivel de contacto oficial con Taiwán en un peligroso camino de tanteo destinado a probar hasta dónde resiste la frágil cuerda de las relaciones con Beijing.
Combinar contención y colaboración parece ser la opción a la que se enfrenta la administración Biden en sus relaciones con China, sugirió Linda Thomas-Greenfield, designada por Biden para asumir la representación norteamericana en Naciones Unidas. La embajadora designada usó un tono considerado “combativo” durante la sesión de confirmación de su nombramiento en el congreso norteamericano, el mes pasado. Describió a China como un “adversario estratégico” cuyo desprecio por los derechos humanos y la democracia “amenaza nuestra forma de vida”.
Balanza de poder
“El ascenso global de China y el declive relativo de los Estados Unidos está generando cambios fundamentales en la balanza internacional de poder”, estimaron tres expertos en política internacional: Li Xing, director del Centro de Investigación sobre Desarrollo y Relaciones Internacionales en la Universidad de Aalborg (Dinamarca); Javier Vadell, coordinador del Doctorado en Relaciones Internacionales de la Universidad Católica de Minas Gerais (Brasil) y Gonzalo Fiore Viani, abogado y analista político argentino.
En artículo publicado la semana pasada en la página Agenda Pública, se hacen dos preguntas. La primera es si el cambio de presidente en Estados Unidos alterará de alguna forma el equilibrio de poder internacional, si restablecerá el orden anterior a la administración Trump. La otra es quién pagará los costos de mantener tal alianza, si Estados Unidos pretende restablecer su papel de liderazgo en el mundo.
La redefinición de esas relaciones será un aspecto central de la políticas de la nueva administración norteamericana, como quedó claro en la primera conversación entre Biden y Xi, o en la sesión de confirmación de la nueva embajadora norteamericana en Naciones Unidas.
Algunos aspectos de ese cambio en el equilibro de poderes en el escenario internacional fueron destacados por los tres autores citados, entre ellos el recientemente aprobado acuerdo de inversiones chino-europeo; el papel de China como principal socio comercial de la Unión Europea (UE); la conformación de la Asociación Económica Integral Regional en la región de Asia-Pacífico (RCEP, que incluye aliados estadounidenses como Australia, Nueva Zelanda, Japón y Corea del Sur), en contraste con el fracaso del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP), promovido por Estados Unidos; o el papel de China, como el “mayor proveedor de financiación del mundo, superando al Banco Mundial y al Banco Asiático de Desarrollo y el actor más importante en inversiones en infraestructuras para los países en desarrollo”.
El cierre de las negociaciones el 30 de diciembre pasado del acuerdo de asociación entre la UE y China (que habían comenzado en 2013), fue anunciado en una videoconferencia, con la participación del presidente Xi Jinping; de la canciller alemana, Angela Merkel; del presidente francés, Emmanuel Macron; y de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen.
Según datos de la UE, las inversiones europeas en China superan los 140 mil millones de euros, mientras que las chinas en la UE alcanzan los 120 mil millones.
En cuanto a la RCEP se trata de un acuerdo de libre de comercio entre los estados miembros de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN, integrado por Myanmar, Camboya, Filipinas, Laos, Singapur, Vietnam, Tailandia, Brunéi y Malasia), y cinco estados de Asia y Oceanía con los que la Asociación tiene tratados de libre comercio: Australia, China, Corea del Sur, Japón y Nueva Zelanda.
Un tratado que el primer ministro chino, Li Keqiang, calificó como “una victoria del multilateralismo y el libre comercio”, de “mucha importancia para China por lo que representa para la extensión y consolidación de su influencia en países de su órbita geográfica más cercana”.
Hay otros enfoques que destacan las debilidades de la posición china como, por ejemplo, el artículo de Richard Aboulafia, asesor de diversas compañías aeroespaciales, publicado en Foreign Affairs, en el que señala los efectos catastróficos que puede tener para la industria aeronáutica china una resolución de última hora de la administración Trump, prohibiendo la exportación de tecnologías que puedan tener un uso militar.
Una decisión que amenaza –en criterio de Aboulafia– con dejar en tierra los aviones chinos. Actualmente –aseguró– “la industria aeronáutica china sólo funciona si compañías extranjeras le vende equipos necesarios para que sus aviones despeguen”.Lo que deja en evidencia lo complejo de esas relaciones e ilumina detalles particularmente importantes, que no siempre reciben atención pública.
¡No nos hagan elegir!
Con casi todos los países del este y sudeste de Asia comprometidos con Estados Unidos en temas de seguridad, pero con China como su principal socio comercial, cada paso en esas relaciones termina por mover todo el escenario.La reciente pérdida económica de Australia, como resultado de su choque político y comercial con China, es una lección de lo que puede ocurrir si se decide alinearse con una de las dos potencias.
“En ningún lugar del mundo se corre mayores riesgos con las rivalidades económicas, estratégicas y militares entre Estados Unidos y China que en las once naciones del sudeste asiático. Una rivalidad que se intensificará en 2021”, destacó el columnista Dominic Ziegler, en un artículo para The Economist.
La confrontación con China, camino elegido por el gobierno australiano en el caso de la Covid-19, “fue una loca decisión y un error evitable, cuyo resultado representa un riesgo innecesario para los intereses económicos de Australia”, en opinión del doctor Iain Henry, profesor del Centro de Estudios Estratégicos y de Defensa de la Australian National University.
Con la confrontación en pleno desarrollo, en Australia se multiplican los análisis que recuerdan viejas lecciones, que obligaron el país a hacer un difícil equilibro entre dos potencias. Desde la guerra de Corea, cuando Estados Unidos invadió el norte y China despachó sus tropas para contenerlos. Entonces, ante la gravedad de la situación en el terreno, la administración Truman llegó a discutir la posibilidad de detener la ofensiva china con la bomba atómica, ya usada en la guerra contra el Japón.
El gobierno australiano de Robert Menzies se mantuvo “encima del muro”, sin alentar una escalada en el conflicto, pero sin criticar a una superpotencia cuya protección buscaba, recordó Frank Yuan, candidato a doctor en la Universidad de Sidney, en un artículo publicado por el Löwy Institute. Pero, agregó Yuan, además de recordar las batallas que hemos peleado, debemos recordar también las que hemos evitado.
China es la fuente de más de un tercio de los dólares que Australia recibe por sus exportaciones. Una guerra comercial con China le puede costar un 6% de su Producto Interno Bruto. ¿Estará Estados Unidos en condiciones de resarcir esas pérdidas?De modo que no sorprende la posición predominante en la región, desde Singapur a Corea del Sur, que exige a las potencia no obligarlos a elegir, como lo expresó el presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in, en su primera conferencia de prensa de 2021.
Las cosas como eran antes
–¡América ha vuelto! Así empezó su mensaje a los aliados de la OTAN el presidente Joe Biden, en su discurso del pasado sábado 20 de febrero a la Conferencia Virtual de Seguridad de Múnich. “Estamos en medio de un debate fundamental sobre el futuro y la dirección de nuestro mundo”.En la visión del presidente, nos encontramos en un punto de inflexión entre dos mundos: el de los que argumentan “que la autocracia es el mejor camino a seguir” y los que entienden que “la democracia es fundamental para confrontar esos desafíos”.
“Tenemos que impedir los abusos económicos y la coerción del gobierno chino que socavan los fundamentos del sistema económico internacional”. “Debemos prepararnos juntos para una competencia estratégica a largo plazo con China”, dijo Biden, mientras convocaba a sus aliados en Europa y Asia a “defender nuestros valores comunes e impulsar nuestra prosperidad en el Pacífico”. Ese será –afirmó– “uno de los esfuerzos más importantes que emprendamos”.
Estados Unidos debe renovar sus ventajas para hacer frente a los desafíos actuales desde una posición de fuerza, modernizar sus capacidades militares y revitalizar su red de alianzas y asociaciones en el mundo, dijo Biden. No se trata, sin embargo, “de enfrentar al Este contra el Oeste”. No podemos y no debemos regresar a los bloques rígidos de oposición de la Guerra Fría, aseguró.
Pero Rusia sigue siendo percibida como una amenaza por Washington. El Kremlin ataca nuestras democracias, utiliza la corrupción “para socavar nuestro sistema de gobierno”, dijo el presidente norteamericano, para quién “defender la soberanía e integridad territorial de Ucrania sigue siendo una preocupación vital”.
“Muevan su culo”
Los objetivos han sido planteados, pero las capacidades para alcanzarlos parecen deterioradas. Para contener efectivamente a China, Estados Unidos debe primero resolver sus problemas internos, reconstruir su economía doméstica y sanar las profundas divisiones sociales que estallaron recientemente en el país, decía un artículo publicado en el Boston Globe en la víspera del discurso de Biden en la cita de Múnich.
La crisis provocada por las bajas temperaturas en Texas había adquirido una dimensión catastrófica. Las imágenes de la gente haciendo fila bajo temperaturas congelantes para comprar un balón de gas, con las casas sin electricidad durante días, eran desgarradoras.
La crisis continúa, con casi dos millones de personas todavía sin electricidad; las cañerías congeladas estallan en las casas, los techos se desploman y se inundan las calles, mientras siete millones de tejanos fueron advertidos de que deben hervir el agua antes de consumirla, cuenta Heather Cox Richardson, profesora de Historia en el Boston College, en su columna del 17 de febrero.
En el artículo relata como se impusieron en Estados Unidos las teorías neoconservadoras, como durante la administración Reagan (1981-89) se abolieron regulaciones sobre los servicios públicos; como, poco a poco, se difundió la teoría de que el gobierno federal era una amenaza para la libertad.
Heather Cox reproduce lo que, en medio de la crisis, el alcalde de la ciudad de Colorado, Tim Boyd, publicó en Facebook, dirigiéndose a sus ciudadanos: “La ciudad y el condado, junto con los proveedores de energía o de cualquier otro servicio, no les debe ¡NADA! Estoy harto, cansado de la gente que vive esperando una maldita limosna”.
En su opinión, la crisis era el triste resultado de gobiernos socialistas que alimentaban la idea de que unos pocos deben trabajar mientras los demás esperan limosnas. “¡Mueva su culo y hágase cargo de su propia familia!”, publicó. “Sólo los fuertes sobrevivirán”.
Con la gente congelándose, con los servicios de electricidad colapsados, estallaron las protestas. Boyd renunció.Además de arreglar la casa, Biden enfrenta otro problema: hacer frente a los costos que una confrontación con China puede tener para sus aliados. El caso de Australia, que se hizo cargo de las acusaciones que responsabilizaban a China por la expansión de la Covid-19, dejó en evidencia los riesgos –y los costos– de esa confrontación, que Washington difícilmente está en condiciones de resarcir.
En el radar de la OTAN
No solo el sudeste asiático se ve afectado por las tensiones entre Estados Unidos y China. China ha ido entrando, paulatinamente, en el radar de la OTAN.
“Reconocemos que la creciente influencia y políticas internacionales de China presentan tanto oportunidades como desafíos que debemos enfrentar juntos en la Alianza”, decía la declaración de la OTAN divulgada en Londres en diciembre del 2019, que puso al gigante asiático en el foco estratégico de la organización militar transatlántica.
Para el Comité Político de la OTAN, en un documento fechado el 20 de noviembre del año pasado, la irrupción de China en el escenario internacional desde fines del siglo pasado representa un cambio en el escenario global “comparable al colapso de la Unión Soviética”. Y se lamenta de que muchos miembros de la OTAN siguen viendo a China más con los lentes de las oportunidades económicas que como un desafío de seguridad.
China ya no desempeña solo un papel central en los asuntos de seguridad Indo-Pacifico, sino que se asoma como un actor en la periferia de Europa, señala un documento publicado en diciembre pasado por The International Institute for Strategic Studies y el Mercator Institute for China Studies.
“Las ambiciones de Beijing de transformarse en un poder global y reformar el orden global desafía los intereses y la seguridad europea y norteamericana”, aseguran.
Para su Secretario General, Jens Stoltenberg, en esa confrontación están en juego la libertad, la herencia común y la civilización de sus pueblos, basadas en los principios de la democracia, de la libertad individual y del estado de derecho, principios que pueden verse amenazados si la OTAN sigue sin enfrentarlos.
América Latina
Con la mirada puesta en el este, en el debate no aparece América Latina. Pero la región no está ausente de todas las miradas.Para Benjamin N. Gedan, un exdirector del Consejo de Seguridad Nacional para América Latina, si Estados Unidos enfrenta dificultades en sus relaciones con China, o en los escenarios asiáticos y europeos, le va mucho mejor en América Latina, donde su popularidad está en alza.
La capacidad de Estados Unidos de recuperar su imagen en América Latina es casi milagrosa, en opinión de Gedan. Hoy –cita– 66% de los mexicanos, y 60% de los brasileños, tienen una opinión favorable del presidente Biden.El fracaso crónico de la región para coordinar sus intereses, o sus divisiones ideológicas, renuevan la mirada de América Latina hacia el liderazgo y la cooperación de los Estados Unidos.
Cita como ejemplo la invasión de Irak, que fue muy impopular en América Latina. Pero, en su opinión, bastó que asumiera Obama para que “el apoyo a Estados Unidos se recobrara prácticamente de la noche a la mañana” en la región.Desde su punto de vista, la decisión de la administración Trump de abdicar de su liderazgo global solo demostró la importancia de los Estados Unidos, no su irrelevancia. “La propensión de América Latina a olvidar refleja su dependencia de Washington”. Para América Latina, “los Estados Unidos son simplemente demasiado grandes para despreciarlo”.
Hoy –asegura– la región está volviendo nuevamente sus miradas hacia Washington en busca de apoyo para los grupos de la sociedad civil que luchan contra la corrupción, por los derechos humanos y la democracia.Nuevos escenarios de los desastres provocados por la instrumentalización política de la lucha contra la corrupción y por el abuso de la devaluada moneda macuquina con que comercian los derechos humanos.