
En un principio nos dijeron, cierran el cielo (¡qué expresión!, solo su comparación con cerrar los pasos a Gaza es tan absurdo y exacto). Después cerraron los restaurantes, teatros y campos de deportes.
Repentinamente nuestras vidas se convirtieron en un drama catastrófico hasta bíblico. Repentinamente toda charla puede ser la última y lo pasajero del ser humano ruge de su adentro. Para algunos puede ser un acontecimiento decisivo e histórico. Muchos perderán sus queridos, otros tantos su sustento de vida, su dignidad. Tal vez, el acercamiento a la muerte, y el milagro de salvarse, conmueva intensamente a las personas. Habrá quienes abandonen sus familias y aquellos que decidan traer un niño al mundo. Habrá quienes salgan del closet (de todo tipo de closet) y aquellos que comiencen a creer en dios. También habrá religiosos que abandonen su fe. Habrá quienes se reprochen decisiones del pasado, por la vida que no tuvieron la valentía de vivir.
Pero se puede tener la esperanza, tal vez, cuando todo termine, que sople una brisa de simpleza y frescura. Puede ser que se vean señales fascinantes de simpleza sin ningún componente de cinismo.
Quien sabe, tal vez también el afecto se convierta, repentinamente y por un tiempo, en el orden legal.