
Como sociólogo interesado en la relación entre cultura, ideología, estética y política que se expresa, explícita o implícitamente, en la literatura, el cine, la música y/o cualquier otro discurso cultural producido dentro del sistema capitalista, asistí recientemente a la película propagandística (1) intitulada Los dos papas.
En la primera parte de este texto, intentaré describir algunos elementos centrales de esta narrativa cinematográfica. En la segunda parte, me enfocaré críticamente en la relación entre cultura, ideología, estética y política que se encuentra en la representación fílmica de nuestra historia social.
La película Los dos papas (2019) es una representación ficticia de un conjunto de reuniones entre el papa Benedicto XVI y el cardenal Bergoglio (el futuro papa Francisco). Esta representación cinematográfica fue dirigida por el cineasta brasileño Fernando Meirelles y escrita por Anthony McCarten, basándose en el trabajo de McCarten, The Pope. Cuenta con los actores Anthony Hopkins en representación del papa Benedicto XVI y Jonathan Pryce en representación del cardenal Bergoglio. Además de la proyección en los cines, la película también tiene una distribución muy amplia por medio de la multinacional conocida como NetFlix.
En Los dos papas, las actuaciones de los protagonistas no están diseñadas para funcionar como caracterizaciones biográficas de los papas, sino para funcionar como un diálogo metafórico para enseñar las semejanzas y diferencias entre los dos proyectos de poder político-doctrinal (institucional, moral, teológico) dentro del Vaticano y para salvaguardar la importancia y el futuro de la Iglesia católica apostólica romana en el mundo actual.
Según Alexandre Guglielmelli (2) a nivel de la historia real, el papa Benedicto XVI nunca se reunió con el cardenal Bergoglio para discutir su renuncia o abdicación o para alentarlo a postularse para ser el próximo papa. Son encuentros y conversaciones imaginarias que tendrían lugar en algún momento antes de la abdicación de Benedicto XVI y la elección del nuevo papa Francisco.
En el centro de la ficción Los dos papas, hay una secuencia especial de escenas que muestran la Capilla Sixtina (Vaticano) durante la confesión del cardenal Jorge Mario Bergoglio (arzobispo de Buenos Aires) al papa Benedicto XVI (Joseph Ratzinger). En este contexto del Vaticano, Bergoglio recuerda su pasado, enfocándose en particular en su papel de jefe de los jesuitas y colaborador de la dictadura argentina durante el período de la «guerra sucia», bajo el mando del general Jorge Videla y del almirante Emilio Eduardo Massera.
En este relato producido por la memoria, Bergoglio reconoce que su colaboración con la dictadura militar argentina resultó en el fracaso de su intención de proteger a sus amigos religiosos al asociarse a la junta militar. Bergoglio también explica que después del período de la «guerra sucia» (en la que Esther, su mejor amiga, fue asesinada por los militares) perdió su puesto como jefe de los jesuitas y fue exiliado por la orden religiosa para servir durante diez años como párroco común entre la gente más pobre de Argentina. Este período es presentado como una época de penitencia y transformación y de una forma casi hagiográfica de Jorge Bergoglio.
Finalmente Bergoglio menciona que, con el tiempo, el traicionado amigo, el padre Jalics, se reconcilia con él, pero que él (Bergoglio) continúa cargando la culpa de nunca haber podido encontrar la reconciliación con el padre Yorio. Los recuerdos de sus propias acciones e inacción durante la dictadura continúan obsesivamente presentes durante su confesión.
Después de escuchar la confesión del cardenal Bergoglio, el papa Benedicto XVI consuela y absuelve al argentino, apelando a la noción trascendente de la “infinita misericordia divina”. Esta misericordia divina trascendente es el fundamento de la inmanente “absolución terrenal” dada por el papa para redimir a Beglogio de su crimen: la traición de Bergoglio a los sacerdotes jesuitas que trabajaban con los argentinos pobres y luchaban por un régimen político más cristiano y humano (menos opresivo y criminal) que la dictadura militar argentina.
Como muchos saben ahora, la traición de Bergoglio a los jesuitas Franz Jalics y Orlando Yorio (4) resultó no solo en el arresto y tortura de estos amigos religiosos, sino también en el arresto, tortura, asesinato y desaparición masiva de decenas de miles de católicos argentinos durante el «guerra sucia».
Después de la absolución papal, Benedicto XVI se levanta e invita a Bergoglio al Salón de las Lágrimas, donde el papa Benedicto XVI hace su confesión, mencionando brevemente al cardenal Bergoglio su gran pecado, su gran crimen: para evitar el escándalo sexual en el papado de Juan Pablo II (Karol Józef Wojtyla), el cardenal Ratzinger permitió que el sacerdote mexicano Marcial Maciel Degollado (fundador de la Legión de Cristo y amigo del papa Juan Pablo II) continuara sirviendo de sacerdote y así ejerciendo pedofilia contra los católicos, es decir, continuara violando (durante más de cincuenta años) a niños y adolescentes que caían bajo el poder y el control de Maciel Degollado (4).
Después de escuchar la confesión del papa Benedicto XVI,el cardenal Bergoglio muestra una reacción inicial de indignación y se levanta para protestar contra la actitud del papa Benedicto XVI, pero poco después pasa a consolar y absolver al papa Benedicto XVI apelando también a la noción trascendente de la “infinita misericordia divina”.
Lo sintomático es que la película no presenta, en este caso, los actos de penitencia ni la historia de la transformación del papa Benedicto XVI (ni en la forma de hagiografía ni cualquier otra forma). Y sin embargo, como podemos ver, esta trascendente“misericordia divina” también fundamenta a la inmanente “absolución terrenal” dada por el cardenal argentino para redimir al papa Benedicto de su crimen contra las víctimas de la Iglesia apostólica romana.
Para concluir, me gustaría centrarme en la oposición “inmanente/trascendente” para cuestionar críticamente la relación entre cultura, ideología, estética y política (6) expresada en la película Los dos papas. Aunque podemos reconocer los méritos del trabajo cinematográfico (la dirección eficiente de Fernando Meirelles, la brillante actuación del dúo Anthony Hopkins/Jonathan Pryce, la extraordinaria fotografía y la excelente reproducción de la Capilla Sixtina en los estudios Cinecittà), la ideología política religiosa (tejida a través del sutil contrabando entre el nivel inmanente y trascendente) que informa la estética narrativa, da como resultado la producción de un discurso cultural altamente místico y mistificador, un discurso conservador y reaccionario que en última instancia busca justificar y legitimar la monstruosa realidad de la impunidad (7) del poder político de los individuos (religiosos y no religiosos) que han actuado y actúan para destruir los derechos humanos de la mayoría de la población de Brasil, América Latina (y el mundo) en la defensa de individuos que fueron específicamente beneficiados por la impunidad en las áreas asociadas con los crímenes de la Iglesia Católica y la dictadura militar en Argentina, en Uruguay, en Chile y en Brasil.
Entre los que se han beneficiado de esta impunidad se encuentran el evangelista/sionista Jair Bolsonaro (actual presidente brasileño) y los aliados de su actual Gobierno autoritario de corte neofascista.
(*) Jorge Vital de Brito Moreira es profesor, crítico cultural y músico de Brasil con conexiones en Wisconsin. Estudió Ciencias Sociales en la Universidade Federal da Bahia (UFBa) donde se graduó en 1971. Realizó estudios de posgrado en Sociología y Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde recibió una Mención de Honor por su tesis (1985) sobre El pensamiento crítico del filósofo español, Manuel Sacristán Luzón. Durante sus estudios de doctorado en la UNAM, impartió cursos sobre economía política. Completó su Ph.D. en Literatura Hispana y Luso-Brasileña y Lingüística en la Universidad de Minnesota con un Ph.D. Tesis de la dictadura militar y la oposición estética: elmarianismo como modo de resistencia cultural en la ficción de Antonio Callado (1996)