
El intelectual norteamericano opina que el asesinato –ordenado por el Presidente de Estados Unidos– del jefe militar y una de las autoridades más poderosas de Irán, una potencia nuclear de Medio Oriente, «fue una decisión de Trump por capricho, lo que sorprendió incluso a altos oficiales y analistas de información en el Pentágono.
Probablemente, se puede suponer que lo hizo para mostrar su poder, jugar a destruir viene bien con sus adoradores, o lo que suponen correcto sus seguidores».
Cuando tenía nueve años, Noam Chomsky se puso delante del «matón del curso» para defender a un compañero que molestaban por tener sobrepeso. El niño abusador avanzó sobre el pequeño Noam para darle una paliza por interponerse y Chomsky decidió huir, dejando abandonado a su compañero. “La vergüenza por ese suceso de niñez siempre me acompañó, desde entonces sé de qué lado debo estar”, dijo hace algunos años, recordando aquella anécdota. Noam Chomsky, que acaba de cumplir 91 años, es una figura intelectual de referencia mundial y un activo defensor de los Derechos Humanos.

El genio de la lingüística compartió con El Mostrador reflexiones sobre el asesinato –ordenado por Donald Trump– del poderoso general iraní Qasem Soleimani, en la capital de Irak, Bagdad, llenando de incertidumbre a Oriente y Occidente. Además el pensador se explaya sobre el fracaso de la Cumbre Climática, en un momento en que el calentamiento global está haciendo estragos en Australia con los incendios forestales.
-Trump festejó abiertamente el asesinato del general iraní Soleimani, ¿en su opinión qué explicación tiene este ataque?
-Según los últimos informes, fue una decisión de Trump por capricho, lo que sorprendió incluso a altos oficiales y analistas de información en el Pentágono. Probablemente, se puede suponer que lo hizo para mostrar su poder, jugar a destruir viene bien con sus adoradores, o lo que suponen correcto sus seguidores.
-Es inevitable relacionar el ataque con el juicio político en su contra, recordando el bombardeo de Bill Clinton en Irak en 1998, una especie de cortina de humo…
-Quizás, pero dudo que haya sido esto decisivo. Y tampoco me convenció la historia de Clinton en su tiempo.
-Las autoridades iraníes sostuvieron últimamente que no respetarán el acuerdo sobre material nuclear que Irán firmó con las principales potencias mundiales en 2015.
-Nunca hubo una oportunidad de renegociación en los términos de Trump, a punta de pistola. Si los líderes iraníes son sabios, se abstendrán del tipo de acción provocativa que Trump y Pompeo esperan desesperadamente para poder emplear su carta fuerte: la violencia. Un rumbo sabio por parte de Irán permitiría que el liderazgo de los Estados Unidos continúe debilitándose.
-¿Hay pasividad de la comunidad internacional?
-Pasividad no es la palabra correcta. Pocos están dispuestos a enfrentarse a un toro furioso. Pero es bastante cierto que no se debe permitir que la capital mundial del terror actúe con impunidad.
-Dada esta situación, ¿cómo cree que será el comportamiento del electorado en las elecciones de noviembre y qué más podemos esperar de Trump?
-De Trump podemos esperar la misma dedicación alegre a una catástrofe indescriptible, siempre y cuando pueda conservar el poder y perseguir su proyecto de poner más dólares en bolsillos repletos, incluido el suyo. Del modo que va orientado, no cabe sino concluir que no ha existido tal criminalidad en la historia humana. Ni siquiera con Hitler, literalmente. Del Partido Republicano, es exactamente lo mismo. Respecto al electorado, esto se trata de un asunto de acción, no de especulación.
-En este escenario bélico, el rotundo fracaso de la COP25 fue escasamente difundido, apenas se habló mientras la nube del fuego australiano cubre el planeta.
-El tratamiento de los medios de comunicación y la opinión intelectual en general sobre la urgencia de la amenaza del calentamiento global es un crimen de dimensiones históricas. Ignorar el fracaso de COP25 es solo otro ejemplo. Durante años he estado advirtiendo, lo más fuerte que puedo, sobre las amenazas gemelas que suponen la guerra nuclear y la catástrofe ambiental, las cuales deberían estar en destacado en los titulares de las noticias a diario, particularmente en los Estados Unidos, donde la administración Trump y el Partido Republicano generalmente no solo se niegan a abordar la crisis, sino más bien se conducen en forma triunfante, liderando el camino al desastre.
¿Por qué el silencio? ¿Por qué los principales bancos invierten en combustibles fósiles, sabiendo que están contribuyendo a la destrucción de la vida humana organizada en el planeta y no en un futuro lejano? Podemos entender la lógica que hay tras estas acciones, pero no hay palabras para describir la increíble criminalidad que significan.
-Por lo general, Europa muestra cierta alarma por el fracaso de estas cumbres sobre la emergencia climática, pero esta vez se unió al silencio, ¿por qué?
-Quizás porque tiene un sentimiento de culpa. (08.01.20)
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Editorial – La Jornada, México
Hace 17 años el entonces presidente estadunidense George W. Bush usó una mentira para invadir Irak e imponer un brutal régimen neocolonial que desde entonces mantiene a la nación árabe sumida en la miseria y la violencia: el bulo sobre las armas de destrucción masiva del dictador Saddam Hussein, difundido entre la opinión pública occidental con la vergonzosa complicidad de los poderosos conglomerados de prensa anglosajones, sirvió de pretexto para que en marzo de 2003 se lanzara una ofensiva bélica decidida con años de antelación.
Hoy, los intereses domésticos del presidente Donald Trump, en Washington, y el primer ministro Benjamin Netanyahu, en Tel Aviv, más la insaciable labor de cabildeo de la industria militar que desde la segunda mitad del siglo XX mantiene secuestrada a la democracia estadunidense, se conjugan para conducir al mundo a la guerra mediante una cadena de agresiones encubierta por la fabricación de mentiras en serie.
La mendacidad de la Casa Blanca y sus aliados alcanzó un nivel de paroxismo el viernes pasado, cuando Trump pretendió presentar el asesinato de un alto general iraní en el aeropuerto de Bagdad como una acción preventiva que buscaba parar una guerra, no comenzar una.
Como ya se refirió en este espacio, el ataque contra el encargado de las operaciones de Teherán en el exterior, Qasem Soleimani, fue una provocación que constituye causa de guerra, y ya habría desatado una conflagración de gran escala si el agredido hubiera sido miembro de un gobierno occidental. Además, se trató de una violación absoluta del derecho internacional, en tanto Soleimani contaba con inmunidad diplomática durante su presencia en Irak, y un agravio en toda regla a la soberanía de este país, cuyo gobierno no fue informado del lanzamiento de misiles en su territorio.
A esta mitomanía se suma un cinismo sin tapujos por parte de Trump, sus altos funcionarios y sus aliados. Una de las muestras más acabadas del desparpajo que prima entre los líderes occidentales la dio el lunes Jens Stoltenberg, secretario general de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN): luego de una reunión de embajadores de la alianza, el ex primer ministro noruego respaldó la actuación criminal de Washington y llamó a Irán a evitar más violencia y provocaciones. También pueden inscribirse en este registro de cinismo las declaraciones del propio Trump y del secretario del Pentágono, Mark Esper, de que las fuerzas armadas encabezadas por Estados Unidos permanecerán en Irak pese a que su presencia perdió cualquier atisbo de legalidad luego de que el sábado el Parlamento iraquí aprobó la expulsión de todas las fuerzas armadas extranjeras.
El ataque con misiles lanzado ayer por Irán contra una base militar de Irak que alberga a efectivos de la OTAN (otra instalación fue alcanzada por proyectiles en un ataque no reivindicado hasta el cierre de esta edición), en represalia por el asesinato de Soleimani, es la prevista evidencia de que la temeraria provocación del mandatario estadunidense no dispersó, y de ninguna manera podía dispersar, las amenazas contra los intereses de su país.
En cambio, la imprudencia del magnate exacerbó el odio antiestadunidense que recorre a importantes sectores de las sociedades musulmanas, y multiplicó el riesgo de una guerra a gran escala en Medio Oriente e incluso más allá de esta región.