En pocos años desaparecerán 1200 islas del Océano Indico Ecupres / El Grano de Arena / Buenos Aires

Las Islas Maldivas son reconocidas como un lugar paradisíaco, sin polución ni contaminantes ¿Inocentes, pero condenadas a desaparecer?

La “Flor de las Indias”, como las llamara Marco Polo cuando las conoció, es decir:
las mil doscientas pequeñas islas e islotes de coral desperdigadas por el
Océano Indico más conocidas como Islas Maldivas, con sus 400.000 habitantes
(hoy día paraíso turístico … para quienes pueden pagar el viaje)…

Ese espacio terrenal está condenado  a desaparecer bajo las aguas oceánicas en un lapso no mayor de 40 años si continúa el calentamiento global de nuestro planeta -fundamentalmente debido a la sobreemisión de gases de efecto invernadero, en especial de dióxido de carbono (CO2)- y el consecuente derretimiento de casquetes polares y glaciares con el subsiguiente aumento de la masa líquida de la superficie
terrestre.

Lo curioso -¿tragicómico?, ¿incomprensible?- es que los habitantes de esta región
geográfica no han vertido prácticamente ni un gramo de este agente
contaminante.

Este desgarrador ejemplo es claramente demostrativo de cómo funciona el desastre
ecológico en curso: no hay habitante del planeta, en ningún punto, que esté al
margen de las graves consecuencias de los efectos que están teniendo lugar a
partir de las variaciones en el clima. La progresiva falta de agua dulce, la
degradación de los suelos y la consecuente merma en su fertilidad, los químicos
tóxicos que inundan el globo terráqueo, la desertificación creciente, el
calentamiento global, el adelgazamiento de la capa de ozono que ha aumentado un
1,000% la incidencia del cáncer de piel en estos últimos años, el efecto
invernadero negativo que nos ahoga, el derretimiento del permagel, las
interminables toneladas de desechos no biodegradables que pululan por los
océanos o la posibilidad de un descalabro universal a partir de la
contaminación genética producto de los transgénicos son todas consecuencias de
un modelo depredador que no tiene sustentabilidad en el tiempo. ¿Cuánto más
podrá resistirse esta devastación inmisericorde de los recursos naturales?

Hoy día pasó a hablarse repetidamente de cambio climático. Hay ahí una falacia, un
engaño bien pergeñado -de ahí que lo pongamos provocativamente entre comillas
en el título-. Presentarlo como “cambio climático” puede dar a entender que se
trata de un fenómeno natural, de una modificación espontánea de factores
ambientales. La realidad, sin embargo, es muy otra. No hay cambio climático
sino desastre, catástrofe medioambiental consecuencia del modelo de producción
y consumo vigente. Dicho de otro modo: es el capitalismo imperante, en tanto
sistema dominante a escala global, el que está produciendo estas tremendas
modificaciones que, como ejemplo, inundarán las Islas Maldivas, por decir lo
mínimo.

Pero las consecuencias van infinitamente mucho más allá de la inundación de este
paraíso tropical, punto por excelencia de un turismo sofisticado. Millones y
millones de personas ya se están viendo gravemente afectadas: tierras que se
vuelven incultivables, ríos que se secan, aguas oceánicas que avanzan sobre los
continentes, insoportables ondas de calor que matan, tormentas inusitadamente
devastadoras, hambre, sed y desesperación constituyen el panorama global que ya
se está teniendo. Y que, si no se cambia el curso de los acontecimientos,
amenaza con tornarse mucho más grave.

Todo ello no es un simple “cambio” natural; tiene causas bien precisas y claramente
identificables, por tanto, corregibles. Es el modo de producción que se impuso
triunfal hace 200 años, hoy día absolutamente globalizado, centrado en una
descomunal producción para el mercado, haciendo que todo sea renovable, se
vuelva obsoleto pronto y haya que cambiarlo, fomentándose una alocada e
insostenible cultura del consumo y del derroche.

Lo que sucede es que el planeta Tierra, fuente última de toda la materia prima que
la industria transforma y nos lo vende a través de atractivos escaparates
manipulándonos con frenéticas publicidades, tiene límites. Y estamos llegando a
ese límite infranqueable.

Ello lleva a pensar, quizá con un aire de ciencia-ficción, que los responsables
últimos de todo esto, los propietarios de los grandes capitales que fijan las
líneas maestras de cómo va el mundo, sabiendo de toda esta catástrofe,
probablemente ya tengan su alternativa armada: una vida “perfecta” en algún
punto fuera del planeta, totalmente artificial, alejados de la decadente
catástrofe mundana.

Insisto: sin saber si esto fuera posible, los responsables de la catástrofe -que no son
exactamente los gobiernos, sino los que mandan a los gobiernos: los
monstruosamente grandes mega-capitales globales- no parecen tener interés en
detener el desastre en curso. Mientras haya petróleo para explotar, esta
modalidad depredadora seguirá.

Desde hace algún tiempo el sistema capitalista ha advertido la gravedad en juego.
Algunos lo siguen negando, pero en general hay cierto reconocimiento. Lo que
sucede es que el tema se banaliza, se pone el acento en la desaparición de los
osos polares o los ositos panda -sin negar que ello sea sumamente importante-
olvidando la dimensión de catástrofe humana presente.

Y mucho de lo que se hace es llamar a la población, como responsable del asunto,
a tener conductas “menos agresivas” contra el medio ambiente. De ahí que se
desarrollan campañas de “conciencia ecológica”: reciclar, no usar plásticos,
emplear más la bicicleta, cerrar bien los grifos, no utilizar pajillas para las
bebidas, y un largo etcétera.

Todo ello es correcto, pero no se tocan los fundamentos mismos de lo que está a la
base: el sistema capitalista depredador. Lo que puede llevar a pensar que no es
posible un verdadero cambio en la situación climática si no cambia el sistema.
Por eso es posible ¡y necesariamente urgente! – hablar de un ecosocialismo.

En medio de esta discusión cobró una relevancia inusitada una joven sueca de 16
años: Greta Thunberg, que se ha hecho ya figura pública internacional. Con
claridad expresó recientemente: “Los que nos dirigen no han entendido en
absoluto la magnitud del problema. Están totalmente fuera de lugar. Piensan que
los pequeños ajustes, las pequeñas acciones, las pequeñas cosas, pueden
resolver el problema cuando nos enfrentamos a una gran crisis existencial”. Lo
que se ha dado en llamar “el fenómeno Greta” está en auge.

Sin quitarle en lo más mínimo relevancia a esta joven activista ambientalista, y
sin caer en esa infamia misógina y adulto céntrica de denigrarla por su
condición de autista, burlarse por su edad o ver su mensaje como algo
trasnochado, cabe la pregunta: ¿por qué el sistema todo lo transforma en show?

Un problema tremendamente complejo, grave, de consecuencias fatales si se quiere
como es la CATÁSTROFE ECOLÓGICA debido al capitalismo -y no un “cambio
climático”, con lo que se aborda la cuestión- tiende a ser presentado como
espectáculo audiovisual, centrando todo en la figura de una persona, evitando
así ver la magnitud global del asunto. Greta Thunberg, finalmente, puede ser
usada como distractor.

Saludamos a esta joven mujer que denuncia lo que acontece, y complementamos su mensaje
con un llamado a entender que no puede haber solución real -y no meros
paliativos- en los marcos de la producción y consumo capitalista. + (PE/El
Grano de Arena)