
Esta nota con el recientemente fallecido Fernández Retamar fue realizada durante una visita del intelectual cubano a Buenos Aires –en el hotel Savoy de Callao y Sarmiento, en julio de 1993– y se publicó en la revista Cabal. Luego integró el libro de diez entrevistas a escritores notables Demandas contra la injuria de la Editorial Desde la Gente.
En un conmovido poema de 1964, “In memoriam Ezequiel Martínez Estrada”, el poeta cubano Roberto Fernández Retamar homenajeaba al ilustre escritor argentino y amigo de Cuba recordando la altiva soledad de su vejez y su magnífica dignidad, que no cedió nunca. El autor de Radiografía de la Pampa había fallecido ese año. En un intento por definir el carácter apasionado de la obra de Martínez Estrada, los versos hablaban de sus textos como “papeles ardientes, rastro de llamas donde el corazón se hace mayor y esa cosa extraña de vivir recibe una luz en plena cara”. Esas voces hoy se podrían aplicar con estricta justicia a todos los trabajos del poeta e intelectual de la isla revolucionaria, tan impregnados de intensidad, de lúcida transparencia. Y es coherente que así sea porque estamos hechos del mismo material de los sueños de aquellos a quienes hemos amado o admirado. Entre los trabajos a que se alude, que son tantos y tan destacados, hay uno en particular que Fernández Retamar vino a presentar a la Argentina durante una breve visita que nos dedicó. Es una miscelánea de artículos, poemas, evocaciones y correspondencias que se reúnen en un libro que, con el título Fervor de la Argentina, publicó Ediciones del Sol.
Diario eximido de anotaciones de la vida cotidiana, pero recorrido por el mismo temblor que identifica a las páginas de un cuaderno personal, esta recopilación dibuja el itinerario de una relación con nuestro país y con varios de sus más notables artistas que tiene la marca de esos antiguos amores que, como fantasmas impenitentes, permanecen en nuestra memoria e irrumpen sin aviso ni permiso en nuestros recuerdos. Fernández Retamar admitió en una conversación con la revista Cabal que el título de su compilación es un homenaje a aquel otro de Borges conocido como Fervor de Buenos Aires. “Admiro y quiero mucho a la Argentina, pero no es el mío un libro obsecuente ni adulador. Al contrario, polemiza en muchos casos con argentinos eminentes como Sarmiento o Borges, pero, bueno, esa es una forma de expresar respeto. Yo polemizo con aquellos a quienes respeto”, dijo.
Uno de los mayores poetas cubanos de este siglo, según consideración unánime; autor muchas veces premiado en distintos países y profesor conspicuo de varias universidades extranjeras, además de la de La Habana, este intelectual brillante y cálido que es Fernández Retamar, confesó haber iniciado su relación formal con la Argentina hacia 1961, en ocasión de una primera visita a Buenos Aires que evoca el libro presentado. De esa relación con el país, y de su larga e intensa amistad con varios de sus mejores artistas (Ezequiel Martínez Estrada, Julio Cortázar, Juan Gelman, Paco Urondo, Rodolfo Walsh, Haroldo Conti y varios más) dan cuenta distintos poemas del autor, algunos dedicados personalmente a esas figuras, otros, como el extenso “Mi hija mayor va a Buenos Aires”, describiendo hechos que las va mostrando paso a paso y en situaciones que vivieron con él. Los titulados “Con Haroldo Conti para que Haydee nunca se muera” y “Ultima carta a Julio Cortázar”, más el consagrado a Martínez Estrada, constituyen una trilogía de homenajes a esos amigos de enorme hondura lírica y poder elegíaco. El hechizo por la Argentina tiene, sin embargo, raíces anteriores a la visita de 1961. Su origen puede rastrearse en la infancia del poeta, esa instancia de la vida en la que los recuerdos se adhieren a la piel del alma como tatuajes de un escenario lejano y algo misterioso, pero siempre entrañable.
Alimento espiritual
“Yo tenía nueve años cuando perdimos la guerra de España a manos del franquismo. Digo perdimos porque mi familia era muy republicana y, como Cuba no tenía ni editoriales culturales ni producción de cine, al cortar con aquel país fuimos separados del mundo de la lengua española, que nos nutría intelectualmente. Después fuimos aislados del resto del planeta por la guerra mundial y quedamos unidos más que nunca a Estados Unidos. Fue por entonces que, sobre todo Argentina y México, comenzaron a proveernos de alimento espiritual. Buenos Aires había recibido una inmigración cultural española de mucho nivel, que la transformó en una capital editorial inolvidable”, recuerda Fernández Retamar.
Por ese tiempo, las revistas más famosas de Buenos Aires, como Billiken o Leoplán, o Sur en un plano más intelectual, llegaban a La Habana, junto a las ediciones baratas de libros clásicos (Tor, Calominos) o no tan baratas de otros sellos, pero igualmente accesibles y de excelente factura literaria. De esa época fueron también las populares películas con que la floreciente industria cinematográfica argentina inundaba América Latina. “Cuando leí Noticias de antaño, de mi entrañable coetánea María Elena Walsh, verifiqué hasta qué punto, por ejemplo, los actores y actrices de su niñez habían sido también los de mi niñez: Mecha Ortiz o Luis Sandrini, junto a las irrenunciables Dietrich o Crawford”, dice. Hay un detalle que remarca con especial énfasis el lazo que Fernández Retamar tiene con ese período de la Argentina: su libro dedicado a Francisco Petrone, el legendario actor argentino a quien él conoció durante su exilio cubano, cuando visitaba la revista Orígenes, dirigida por el extraordinario poeta José Lezama Lima.
Claro que a partir de su primer arribo a Buenos Aires, y más tarde en otros países, Fernández Retamar habría de enhebrar nuevos y profundos afectos con varios argentinos más. A la lista mencionada se podrían agregar los del Che Guevara, Mini Langer, César Fernández Moreno, etc. Todos regresan en las líneas de un poema, de una epístola o un recuerdo llevado al papel. En el caso de las cartas, Fernández Retamar hace la salvedad de haberse atenido a los materiales de quienes ya no viven. Con una sola excepción: la de Juan Gelman. Y esto, según explicó, porque le era imposible evocar su relación con la Argentina sin que apareciera quien considera su “primer hermano” en el país y uno de los mejores poetas vivos del idioma. Todo el libro, pues, por diversas razones, se recorre con interés y fruición. A veces es por su valor testimonial, otras por la agudeza del pensamiento y las más por la calidad y emoción incesantes que transmite.
Vivir a los siglos
Pero con Fernández Retamar, la conversación no se detuvo solo en los fervores literarios o humanos del poeta. Recaló también en sus amores políticos. Frente a una pregunta sobre las dificultades que atraviesa Cuba, el poeta admitió que eran muchas y graves, pero expresó su esperanza de que puedan ser superadas, sobre todo gracias al apoyo consciente de un pueblo que no se ha arredrado ante nada. En cuanto a la crisis de algunos de los modelos a través de los cuales fue exhibido el socialismo en el mundo, Fernández Retamar dijo no estar demasiado preocupado. “No es que me guste lo que ha ocurrido -aclaró-, pero estos episodios hay que evaluarlos en una perspectiva más amplia. Unamuno decía: ‘No hay que vivir al día, hay que vivir a los siglos’. Y el ensayista Hernán Braudel afirmaba que se debe mirar la historia como una ‘larga duración’. Los seres humanos viven un tiempo limitado, pero tienden a mirar la historia como si los 60 o 70 años de su existencia fueran la propia historia. Y, en realidad, ese tiempo es un período insignificante. Este ha sido, sin duda, uno de los peores siglos de cuantos ha vivido la humanidad. En 1815, en época de la creación de la Santa Alianza, los hombres deben de haber tenido la misma sensación de que los ideales revolucionarios habían sido sepultados para siempre. Y no fue así. No está mal que hayamos soñado el cumplimiento de nuestros sueños antes de lo que correspondía. Lo que está mal es haber abandonado los sueños, hacer martingalas y lucubraciones intelectuales de toda clase para justificar vergonzosa del statu quo. Para esa gente, la historia tiene reservado un basurero. Dos mil años después nada se acuerda del nombre de ningún centurión. Y sí del nombre de aquel hijo de carpintero que escandalizó al mundo con su sueño igualitario. Se acuerda de los nombres de Buda, Moisés o el Che. Por eso repito: no me preocupan algunas derrotas, ni me entusiasman las victorias superficiales, aunque, naturalmente, habría querido que el triunfo se hubiera dado ya y para siempre. Y estoy seguro de que va a ocurrir, si es que la humanidad tiene sentido. Tal vez no lo tenga. Yo creo que sí. Tiene el sentido que le demos. Nietzsche decía que la vida no tiene sentido, pero hay que dárselo.”
“¿Cómo puede el hombre renunciar a sus proyectos para un futuro mejor? Después de todo, esos sueños son los que nos diferencian de los cerdos -redondea Fernández Retamar-. Y, si bien estamos bastante emparentados con estos últimos, no deberíamos subrayar demasiado ese hecho sino acentuar las diferencias. En un excelente artículo que leí aquí, José Pablo Feinmann afirmaba que si se renuncia al porvenir no nos queda nada más que el presente. Y si hay que aceptar el presente tal cual se nos da, la única filosofía posible es el pragmatismo. Y si se acepta el pragmatismo, la ética no tiene ninguna razón de ser. Y cuando la ética no tiene ninguna razón de ser, el robo y el pillaje son tan admisibles como cualquier otra cosa. Se llegaría a la apoteosis del cinismo y la desvergüenza. Y los hombres se dividirían entre los que ya han robado y los que todavía no lo han hecho. Desgraciadamente, es lo que está ocurriendo en muchas partes. Este no es el ideal para ninguna sociedad. Por eso, prefiero pensar que es una situación provisoria y decir con Martí: “Todo, como el diamante, antes que luz, fue carbón.”
- Alberto Ricardo Catena (Buenos Aires 1949- ) periodista, crítico cultural, escritor y abogado. Entre sus libros se destacan los ensayos/entrevista para la editorial Desde la Gente La Subjetividad y sus laberintos (Ricardo Forster), La flecha y la luciérnaga (Griselda Gambaro), Demandas contra la injuria (Diez escritores notables), El sindrome de Elsinor (Eduardo Rinesi), Andrés Rivera (travesía de su vida) La lengua conjurada (Horacio González) y otros. Es editor de la publicación Florencio (Argentores). Sus críticas y artículos teatrales han aparecido La Nación, Cuaderno de Picadero (I.N. de Teatro), Rómulo Press y en la revista El Arca.