
El coronel español Pedro Baños Bajo (1960) acaba de publicar El dominio mundial. Elementos del poder y claves geopolíticas, (Arie ) donde analiza la lucha de los factores militares y diplomáticos por ejercer hegemonía. Si en su primer libro, Así se domina el mundo, Baños exponía cómo, para qué y con cuáles estrategias los poderosos intentaban, en dura pugna entre ellos, controlar a países y personas, en esta nueva obra explica los alcances de la geoestrategia y cuáles son los instrumentos que se emplean para lograr ese predominio planetario.
«En cuestiones de Estado, quien tiene la fuerza con frecuencia tiene la razón, y aquel que es débil difícilmente puede evitar estar equivocado».Este pensamiento del cardenal Richelieu, que parece propio de hoy en día, data del siglo XVII. Pero es vigente, pues quien tiene el poder logra mandar sobre el resto. Y en esa lucha geopolítica centran ahora los países todos sus esfuerzos. «Quiero que la gente logre entender el juego internacional», explica el militar español.
La fuerza militar, la capacidad económica, la diplomacia, los servicios de inteligencia, los recursos naturales, el conocimiento y la comunicación estratégica, entre otros, se muestran como las herramientas que utilizan las grandes potencias para imponer su voluntad y control.En la balanza para medir el poderío de las naciones figuran también la demografía y la tecnología, factores que cambiarán el escenario internacional en los próximos años. A partir de esta perspectiva se deja entrever la inquietante hipótesis de un cambio en el paradigma geopolítico, premisa que termina por completar los tentáculos que conforman el poder.
En esta obra escrita con claridad y precisión, el coronel Baños nos ofrece una sorprendente imagen de los elementos con los que se ejerce el dominio mundial, un enfoque no exento, como ya sucediera en el libro anterior, de rigor intelectual e histórico, develando cómo funciona realmente el poder internacional y la forma en que esa realidad se nos oculta a los ciudadanos.
Pedro Baños Bajo es coronel del Ejército de Tierra y Diplomado de Estado Mayor, actualmente en situación de reserva. Es uno de los mayores especialistas en geopolítica, estrategia, defensa, seguridad, terrorismo, inteligencia y relaciones internacionales. Hizo parte de varias misiones internacionales en Bosnia y Herzegovina, antiguo Jefe de Contrainteligencia y Seguridad del Eurocuerpo de Estrasburgo y profesor.
Desde su óptica, Estados Unidos no quiere tener rivales geopolíticos importantes. “Con Europa, por ejemplo, cada vez hay más recelos. El Viejo Continente tiene que reinventarse si no quiere terminar teniendo un futuro negro. Tenemos que buscar una unión política entre los países, más allá de la económica. Ahora estamos en un momento de desmoronamiento de la Unión Europea”, afirma.
A continuación un breve aparte de su sugestivo trabajo bibliográfico:
¿Siguen siendo útiles los ejércitos?
Es opinión ampliamente generalizada que la capacidad militar, sin haber perdido todo el protagonismo de antaño, ya no tiene la trascendencia de la que gozó durante siglos. Son múltiples las razones para llegar a esta aseveración. Por un lado, como las grandes potencias están dotadas de armamento nuclear, la inmensa fuerza destructora de estas armas imposibilita no solo su empleo —por el disuasivo principio de la destrucción mutua asegurada—, sino también que llegue a haber una confrontación directa entre los países que las poseen. Hoy en día, al no llevar a cabo un enfrentamiento directo de alta intensidad, las superpotencias libran batallas de bajo perfil en escenarios ajenos, en donde, además de recurrir a tropas interpuestas, hacen un uso intensivo de fuerzas de operaciones especiales y drones.
Por otro lado, la indudable interdependencia económica a la que están sujetos la mayoría de los países aleja el fantasma de un conflicto convencional generalizado, al menos mientras las actuales circunstancias no varíen notablemente o se considere que un enfrentamiento bélico pueda generar mayores beneficios que el mantenimiento del statu quo.
Asimismo, existe un factor psicosocial que dificulta el empleo masivo de las Fuerzas Armadas de las que dispone un Estado, salvo que se den contextos muy excepcionales. Se trata del rechazo por parte de las poblaciones de los países más avanzados a sufrir bajas propias, sobre todo en conflictos cuya intervención no deja de ser cuestionable, y a veces manifiestamente cuestionada.
Tampoco hay que olvidar la existencia de otros factores que implican el mismo grado de amenaza que una guerra convencional y que no pueden resolverse, ni siquiera como medida disuasoria, con medios militares, al menos no en exclusiva. Estas amenazas, que rivalizan con las tradicionales en cuanto a la capacidad de generar daño y desestabilizar las sociedades, adoptan formas tan variadas como las pandemias, el crimen organizado trasnacional, los radicalismos violentos, los desastres naturales, el cambio climático y la degradación medioambiental.
No obstante, la capacidad militar todavía reviste una importancia capital a la hora de determinar el poder de un Estado. Desde el ejercicio de la disuasión —la primera misión de las Fuerzas Armadas—, pasando por el respaldo a la acción diplomática y negociadora, hasta llegar al extremo del empleo decidido y manifiesto del Ejército, el medio militar sigue siendo uno de los pilares esenciales en los que se sustenta un país.
Concretamente, las fuerzas navales aportan un gran valor. Como apunta George Friedman en La próxima década, la base estratégica de Estados Unidos es su Armada, pues el poder radica en los océanos, dado que dominarlos impide el ataque de otras naciones, permite intervenir en el momento y el lugar que se considere oportuno, y brinda el control del tráfico internacional. Como el comercio mundial depende mayoritariamente de los océanos —el 80% de las mercancías transitan por mar—, el principio geopolítico fundamental de Estados Unidos consiste en oponerse al surgimiento de potencias marítimas.
Sin duda, la verdadera y única superpotencia naval actual es la estadounidense, pues no en vano su Armada es más potente que el resto de las flotas de todos los países juntas. Como datos muy significativos cabe decir que Washington dispone de 11 portaaviones de propulsión nuclear en servicio (10 de la clase Nimitz y uno de la Gerald R. Ford), y cada uno de ellos cuenta con su propio grupo de buques de escolta. En el mundo tan solo existe otro portaaviones de similares características: el francés Charles de Gaulle. Además, los norteamericanos cuentan con 70 submarinos de propulsión nuclear, un número superior al de todas las armadas unidas de las demás naciones.
Esta capacidad militar permite a Estados Unidos controlar todas las zonas marítimas estratégicas (puntos de paso obligado, estrechos, canales, etcétera), algo esencial para mantener la superioridad en el proceso de globalización. Como dijo Maquiavelo en El príncipe: «Siempre tendrá aliados quien tenga un buen Ejército».
El inmenso poder bélico con el que cuenta la Casa Blanca le garantiza una cohorte de acólitos. Algunos lo son por afinidad ideológica, mientras que otros creen que aliarse con el gran poderoso del momento, en vez de oponerse a él, beneficia más a los intereses de su país. Son muchos los que siguen pensando como Napoleón, quien aseguraba que «Dios está a favor del que tiene más cañones».
La bota militar del Estado
“Rusia no tiene amigos. Temen nuestra inmensidad. Solo tenemos dos amigos en los que se puede confiar: nuestro Ejército y nuestra Armada”. Zar Alejandro III de Rusia.
Esta cita, pronunciada por el monarca ruso un día antes de su muerte, sigue teniendo predicamento en la nomenclatura rusa. El ministro de Exteriores Serguéi Lavrov afirmaba en 2016 en una entrevista al diario Komsomólskaia Pravda, que «los únicos aliados de nuestro país son el Ejército, la Flota y ahora las Fuerzas Aeroespaciales».
Por su parte, el 23 de febrero de 2017 el entonces viceprimer ministro ruso Dmitri Rogozin, coincidiendo con la celebración del Día del Defensor de la Patria, dijo a sus conciudadanos: «Rusia tiene solo tres aliados: el Ejército, la Armada y el complejo industrial militar». Estas declaraciones hacen énfasis en un aspecto fundamental: el papel determinante que aún juegan las Fuerzas Armadas.
Nada nuevo bajo el sol
Zachary Keck, editor de la revista The National Interest, una de las publicaciones más destacadas sobre relaciones internacionales, empleó una cita de Mao Zedong, «el poder nace del fusil», para confirmar la importancia capital que tienen las capacidades de las Fuerzas Armadas a la hora de evaluar el poderío de una nación. Según Keck, «en un sistema anárquico como lo son las relaciones internacionales, el poder militar es la principal moneda nacional. Un Estado puede tener toda la cultura, el arte, la filosofía, el esplendor y la gloria del mundo, pero todo esto es en vano si no cuenta con un poderoso Ejército para defenderse».
Por medio de un recorrido histórico, el autor muestra una serie de ejércitos que jugaron un papel preponderante en una época concreta. El primero de ellos fue el Ejército de Roma, las famosas legiones que en pocos siglos se hicieron con el control de gran parte del mundo entonces conocido. Para atraer a sus soldados, que llegaban a pasar hasta 25 años en filas, Roma los incentivaba con concesiones de terrenos. En 1206 los mongoles comenzaron su expansión con unas fuerzas que rondaban el millón de efectivos, y con las que conquistaron grandes extensiones de Rusia, China y Oriente Medio.
El general Temujin, más conocido como Gengis Kan, fue el impulsor de la táctica de la rápida movilidad y la resistencia, la cual, unida a la naturaleza nómada de los mongoles, favorecía notablemente su avance. Para influir en la moral de los enemigos, los mongoles realizaban deliberadas muestras de crueldad, como asesinar a la totalidad de la población de algunos territorios conquistados, o difundían rumores, con frecuencia infundados, sobre las capacidades que tenían sus tropas.
El Ejército otomano, que en 1453 logró dominar la casi impenetrable Constantinopla, y que mantuvo durante siglos un poder hegemónico en la región, basó su fortaleza en la pronta incorporación, antes que sus rivales, de armas como mosquetes o cañones, y también en su poderosa infantería: los jenízaros.
Este término procede del vocablo turco yeniçeri, que significa «nuevas tropas». Fundado por el bey Orhan I en 1330 como su guardia personal, este cuerpo de defensa estaba compuesto por adolescentes y jóvenes originarios de familias cristianas y prisioneros de guerra que recibieron una sólida formación física y de tácticas de guerra, lo que convirtió a los jenízaros en una unidad altamente profesionalizada.
El Ejército de la Alemania nazi también tuvo un elevado nivel de preparación en mandos y tropa, lo que, unido a una innovadora táctica conocida como Blitzkrieg o «guerra relámpago»—caracterizada por ataques veloces, coordinados tierra-aire y sorpresivos—, hizo de estas tropas una maquinaria de guerra casi imparable. En la Segunda Guerra Mundial, el Ejército soviético basó su enorme potencial en una gran cantidad de efectivos a cuyo sostenimiento estaba dedicada la práctica totalidad de los recursos nacionales, ya que, como dijo Stalin, «en esta guerra los ingleses ponen el tiempo; los americanos, el dinero, y nosotros, la sangre».