
“Al volver de distante ribera, con el alma enlutada, y sombría, afanoso busqué mi bandera ¡y otra he visto además de la mía! ¿No la veis? Mi bandera es aquella, que no ha sido jamás mercenaria, y en la cual resplandece una estrella con más luz, cuanto más solitaria”.
Con nostalgia rememoro estos versos de Bonifacio Byrne, poeta cubano que al regresar a su tierra después del exilio en 1898, divisó a lo lejos desde el barco en que llegaba, que en la fortaleza del Morro junto a la bandera cubana también hondeaba una bandera extranjera. Era la bandera del imperio norteamericano que usurpó una guerra de liberación y cual fruta madura, clavó los dientes en la Mayor de las Antillas durante casi 60 años.
Fueron décadas de desigualdad, racismo, analfabetismo, insalubridad, corrupción, desmanes sociales, vicios, mafia, prostitución. Y pasó Estrada Palma, y pasó Menocal, Alfredo Sayas y Machado, marionetas yanquis, asesoradas para dirigir al pueblo cubano desde la Casa Blanca. Pero la efervescencia reaccionaria ya emergía y ante Fulgencio Batista, el presidente número 20 de la neocolonia, irrumpió el Movimiento 26 de Julio en las montañas del Oriente y se extendió con rapidez por todo la isla. Incapaz de hacer frente a la revolución popular y con el ejército -su principal sostén- vencido y desmoralizado, huyó Batista del país en la madrugada del 1º de enero de 1959. ¡Blanca aurora!

Historias de sacrificio y contiendas gloriosas, páginas de tristeza y pérdidas irreparables, escribieron con sangre el camino de la autodeterminación del pueblo cubano, se rompieron las ataduras y se comenzó quizás una guerra más difícil todavía: Resistir.
Campañas de difamación, ataques terroristas, atentados a los principales líderes, amenazas bélicas, leyes genocidas y asfixiantes. Sin embargo Cuba se levanta, se reinventa, usa cada una de sus armas para reescribir el futuro, lo hace con altruismo y dignidad, tratando de derrumbar muros y juntar esfuerzos.
Es duro el camino, se han cometido errores y se han enmendado, hemos ido aprendiendo a disipar miedos y abrirnos al mundo, a crear alternativas y a confiar en nuevas posibilidades antes censuradas. Es cierto que el cubano de a pie necesita más, porque las necesidades en todos los aspectos son constantes y crecientes.
Es por eso que no se puede descansar, hay que seguir exigiendo justicia. El bloqueo económico, comercial y financiero que impone Estados Unidos a los once millones de cubanos, debe ser un asunto que por fin llegue a término. Esta ley genocida, construida para destruir a la Revolución y rendirla, ya ha demostrado ser una política ineficaz, pero sigue haciendo cada vez más difícil el desenvolvimiento normal de un pueblo libre e independiente.
Cuba es un lugar hermoso, alegre, con muchas grandezas para brindar, con una rica cultura, nobles obras, con cientos de símbolos, de trascendencia, de espiritualidad, de valores, de identidad, con una sólida educación, con personas preparadas y capaces y que viven con esfuerzo cada día para salir adelante.
Respeto y apoyo merece el pueblo cubano que este 1º de enero conmemora el Aniversario 60 de su Revolución. Una fecha en la que Fidel seguirá alerta desde las montañas junto a Céspedes, Maceo, Martí, el Che, Camilo, Almeida. Y toda esa pléyade gloriosa nos hará recordar que…”Si deshecha en menudos pedazos, llega a ser mi bandera algún día, ¡nuestros muertos alzando los brazos, la sabrán defender todavía!…”