
Durante gran parte de 2017 y 2018, el mundo estaba aprensivo y profundamente preocupado por la guerra verbal, las amenazas y los insultos personales mutuamente intercambiados entre los que en Estados Unidos descartaban como “pérdida de tiempo” los esfuerzos de su propio Secretario de Estado para comprometer al régimen norcoreano a conversaciones. Parecían colocados en ruta de colisión que conduciría a una guerra desastrosa.
Ahora que nos acercamos a la cumbre del 12 de junio en Singapur entre Trump y Kim Jong-un, las nubes de la guerra han disminuido. En lugar de guerra, la paz parece estar irrumpiendo en la Península Coreana. Los eventos se desarrollan a semejanza de un reality show con un buen guión. Entre los partidarios del presidente de Estados Unidos y varios comentaristas, cunde la emoción acerca de la posibilidad de que presidente Trump reciba el Premio Nobel de la Paz por sus acciones, incluso acuñando un nuevo término, “paz mediante la fuerza”.
Pero el show ignora a un hombre sensato, alguien genuinamente comprometido con la búsqueda de la paz, siempre trabajando consistentemente para poner fin a la pesadilla permanente de la guerra de Corea. El presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in, ha seguido obstinadamente dialogando con su homólogo del norte, disipando las tensiones en cada oportunidad. El ejemplo más visible, en el punto álgido del lanzamiento del diálogo entre los Estados Unidos y Corea del Norte, ocurrió en los Juegos Olímpicos de Invierno, donde recibió calurosamente a la hermana menor de Kim Jong-un, Kim Yo-jong, que encantó a sus anfitriones y sedujo a los medios de comunicación . Fue un recordatorio para toda nuestra humanidad común y marcó el tono para el diálogo en lugar del ruido de sables.
Estamos en las primeras etapas de lo que ciertamente será un proceso largo y penoso hacia la paz entre las Coreas divididas. Como defensor de los derechos humanos y la democracia desde hace mucho tiempo, el presidente Moon pertenece a la familia política de dos presidentes fallecidos, Kim Dae Jung (1998-2003) y Roh Moohyun (2003-2008), sus predecesores y almas gemelas, que tallaron y recorrieron el camino, ellos mismos en una búsqueda de décadas para la paz duradera y la reunificación de las dos Coreas.
Tanto Kim como Roh hicieron historia cuando viajaron a Pyongyang el 13 de junio de 2000 y el 15 de junio de 2007 respectivamente, y tomaron otras medidas, incluida la apertura de una línea ferroviaria entre los dos países que reunió a familias separadas desde la Guerra de Corea, proporcionando arroz del Sur al Norte, y mucho más.
Ninguno de los dos logró un éxito permanente en sus objetivos. Hoy existen motivos para renovar la esperanza de que con Moon llevando la antorcha hacia adelante, su trabajo no habrá sido en vano.
La Declaración de Panmunjom, que establece que las dos Coreas promoverán las relaciones intercoreanas, cesarán por completo todos los actos hostiles y cooperarán activamente para establecer un régimen de paz sólido y completar la desnuclearización de la Península de Corea. Es el asentamiento de una base valiosa.
La paz no se puede lograr solo entre los dos líderes coreanos. Las preguntas vitales que quedan por responder incluyen qué recompensas y garantías Kim Jong-un puede esperar de Estados Unidos y de otras grandes potencias a cambio de abandonar sus ambiciones nucleares y la posible retirada o reducción de las tropas estadounidenses en Corea del Sur. Moon, un verdadero estadista, sabio y humilde, ha reconocido en Trump un elemento determinante en el proceso; sin el apoyo de EE. UU., el proceso se estancaría o retrocedería.
Ninguna de estas preguntas podrán ser respondidas únicamente por los Estados Unidos, o solo por una reunión destinada a la “confección de acuerdos” . Para cualquier posibilidad de éxito, los EE. UU deben contar con el apoyo de China y Japón. Para el Presidente Moon y el Líder Kim está claro que los EE.UU son indispensables y también están conscientes de que China, la superpotencia vecina, seguirá siendo un asociado indispensable en todos los sentidos. Para completar con éxito este proceso de paz y en aras de la paz en la región de Asia en general, los Estados Unidos deben forjar una relación de confianza y asociación con China (como lo está haciendo con India) como copartícipe en el proceso.
Todas las partes deben apoyar el diálogo continuo entre la RPDC y la República de Corea, reconociendo como un hecho inexpugnable que el diálogo es el único medio disponible para reducir las tensiones y prevenir la inestabilidad y la guerra. Donde sea y cuando sea posible, todos los participantes deben apoyar la exploración continua de oportunidades para expandir la cooperación técnica, científica, médica, cultural y comercial con la RPDC, llevándola a la comunidad internacional. Este será el resultado de la diplomacia hábil y cooperación internacional. Sin obtener ratings de televisión.
Cómo responderán los miembros del Comité Nobel a estos acontecimientos y si incluirán en sus elogios a alguien que acaba de violar un acuerdo internacional con Irán invitando a más conflictos en el Medio Oriente, no me corresponde a mí decirlo.
Es el resultado de un largo proceso formal de intensa revisión por parte de individuos dedicados a cumplir los términos de la voluntad de Alfred Nobel y llevar adelante una larga tradición de reconocimiento tanto de los pacificadores de nuestro mundo como de nuestros hitos hacia la paz.
Si el presidente Trump desempeña un papel clave para que el proceso tenga éxito y logre lo que otros antes han intentado con Corea del Norte, haría bien, al mismo tiempo, mostrar su corazón a los refugiados, migrantes, minorías étnicas de los EE. UU, miembros de la fe musulmana y otros que son menospreciados y amenazados por el alarmante aumento del racismo y la violencia racial en su propio país. Él debe reconocer que el camino que está recorriendo es uno que no fue construido en Twitter sino por décadas de trabajo por parte de los antiguos y actuales líderes de Corea del Sur y que se sigue siendo construido antes que él por socios asiáticos vitales.
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*José Ramos-Horta recibió el Premio Nobel de la Paz 1996 por su trabajo para lograr un final no violento de la ocupación de su país, Timor Oriental. Fue primer ministro y presidente de su país y ha realizado misiones para el Secretario General de la ONU, incluido el de Representante Especial para Guinea-Bissau, copresidente del Panel Independiente de Alto Nivel sobre Operaciones de Paz de la ONU, sirviendo en la Comisión Global sobre Política de Drogas, entre otras tareas. Colaborador de opinión de The Hill. Las opiniones expresadas por los autores son las propias y no el punto de vista de The Hill.