
En La Habana se echará a andar un Centro de Estudios con el nombre de Fidel Castro, es la única institución, que según la ley, puede llamarse en la isla como el hombre que en el decir del poeta argentino Juan Gelman montó sobre sí mismo un día e hizo agrandar los portones de la historia. Por voluntad expresa del mismo Comandante, en Cuba están prohibidas las estatuas de Fidel o denominar lugares, calles o instituciones con su nombre. Fue así en vida y es así después de su muerte.
Fidel es muy peligroso, Richard Nixon lo comprendió y dejó escrito cuando en abril de 1959 se reunió con él en Washington. Desde que un mes después cruzó el Rubicón de la historia, con una Ley de Reforma Agraria que no perdonarían los monopolios norteamericanos ni la CIA, Fidel no cesó de utilizar el poder revolucionario para dar a los mas lo que sólo los menos disfrutaban en Cuba y siguen disfrutando en buena parte del mundo: desde la posibilidad de leer y escribir hasta el más sabroso de los helados, desde graduarse en una Universidad hasta las más sofisticadas cirugías de la vista o el corazón.
Había que demonizarlo. Pero como el rayo que no cesa, lejos de lo que anunciaron sus enemigos, en la medida que pasa el tiempo, Fidel se vuelve más peligroso. Si no fuera así no habría que intentar borrar las consignas que lanzó, ni asociarle errores de otros, que él criticó y combatió, ni buscar cualquier pretexto para ensuciar su nombre no fuera el lucrativo negocio que es para la industria del odio asentada en Miami. Fidel no necesita de monumentos ni de instituciones que lo defiendan, como Martí sembró en el pueblo y ese es y será su defensor mejor defensor, pero en una guerra de pensamiento como la actual vale contar con un arma que estimule y organice su estudio estudio y difusión. Ya ladran algunos odiadores en las redes contra el Centro Fidel Castro, no hay mejor augurio para él.
Vista exterior general del Centro y uno de los paneles interiores con los ciclos políticos del ex presidente.