
Me gustaría comenzar agradeciendo al Foro del Pueblo la organización de este
evento. El Colectivo Qiao como describe nuestro sitio web es «un colectivo de
medios de comunicación chinos de la diáspora que desafían la agresión
estadounidense contra China».
Al hacerlo, debemos recordar que la República Popular de China fue una vez, un referente para una parte de la izquierda occidental. Desde entonces, las dos partes han perdido el contacto y han ido por caminos
separados. Necesitamos examinar las razones y aliviar esta brecha, especialmente cuando una nueva Guerra Fría contra China se acerca a una velocidad impresionante. Después de todo, fue el pueblo estadounidense quien jugo un papel decisivo en el movimiento para poner fin a la guerra de Vietnam.
Nosotros, en el Colectivo Qiao pertenecemos a la izquierda occidental en virtud denuestra localización geográfica, nuestra aculturación y nuestra participación en las luchas locales que van desde la organización de inquilinos hasta la abolición de lapolicía. Nosotros, y nuestras familias, venimos desde China continental, Taiwán,Hong Kong y el sudeste asiático. Como tal, tenemos un pie en ambos mundos y
estamos en una posición única para salvar la división entre la izquierda occidental y
la actual China.

En Occidente, rara vez se oye a la gente de la izquierda china, la gente que apoya a su gobierno y que no abogan porla democracia capitalista al estilo occidental. Lo más habitual es que los medios le
den todo el crédito sólo a los llamados “disidentes”. Y, prácticamente nunca se
escucha la opinión que tiene la diáspora china sobre la política estadounidense.
Este tipo de control intelectual es enormemente contraproducente. Nuestro objetivo
es comenzar a llenar ese vacío. Lo hemos hecho con los estudios de Tù Zhǔxí sobre
la política electoral de EEUU, con los artículos de Jīliú sobre el levantamiento anti-
racista y con la investigación de Zǐ Qiú sobre la respuesta de Estados Unidos a la
pandemia.
A pesar que la izquierda china todavía no dialoga suficientemente con la izquierda
estadounidense, muchos de nosotros en Qiao nos hemos sumado a los movimientos
por la liberación negra, por la abolición de la policía, por la soberanía indígena y por
la descolonización. Tenemos el inmenso honor de trabajar junto a grupos como
Black Alliance for Peace, Red Nation y Antifacismos en un frente común contra el
colonialismo estadounidense y la supremacía blanca.
Estamos especialmente en deuda con nuestros compañeros de Red Nation por su
campaña contra el cerco militar estadounidense a China y contra la opresión colonial
de Hawái, Guam, Okinawa y muchos otros pueblos de las islas del Pacífico. Gran
parte de nuestra presencia en las redes sociales- en idioma chino- está dedicada a
dar a conocer estas luchas compartidas a la audiencia de izquierda china.
Nos complace ver que estos análisis también recogen los puntos de vista de la
izquierda china. En esos comentarios está el eco del internacionalismo proletario de
China de la época de Mao, que compartía valores y objetivos con la izquierda
occidental.
Queremos alentar un regreso a ese internacionalismo, por supuesto, entre nuestros
camaradas chinos, pero aún más importante entre nuestros camaradas occidentales.
Creemos China debería volver a verse a sí misma como parte de una lucha común
de las naciones y los pueblos del Sur Global, las «naciones de color oscuro», como
dice Vijay Prashad, para liberarse de las cadenas del neocolonialismo.
Y creemos que la mayor parte de la izquierda occidental debería acercarse a este
lado de la lucha. Por eso que estamos orgullosos de trabajar en estrecha
colaboración con el Instituto Tricontinental, con el Foro del Pueblo y con Codepink.
Pero, salvar la división entre China y la izquierda estadounidense (y el movimiento
pacifista en general) sigue siendo una batalla cuesta arriba. Como materialistas,
debemos examinar las fuerzas históricas reales que llevaron a esta separación
ideológica.
El cambio internacional de China
Así que comencemos con lo básico: De mediados a finales de los 70 se produjo el
final de la Revolución Cultural, la consolidación de la división chino-soviética y un
creciente acercamiento diplomático entre China y Estados Unidos.
Estados Unidos puso en práctica la estrategia política del llamado «compromiso»,
que en realidad significaba a lo memos: incorporar a China al capitalismo global
como socio grande (pero periférico e hiperexplotado); debilitar los lazos de China
con el resto del Sur Global y subordinarla a los dictados geopolíticos del imperio.
Ese era el plan. China, por otro lado, entró en esta relación con la intención de
conservar la soberanía política y utilizar estratégicamente la inversión occidental
para desarrollar su propia base productiva.
China comenzó siendo la «fábrica del mundo», pero no se contentó con permanecer
en ese lugar subordinado. En cambio, ahora se está moviendo rápidamente hacia
arriba en la cadena de valor (transformando las inversiones de las empresas
occidentales en ingresos para la mano de obra china) y, desafiando el monopolio
estadounidense en la alta tecnología.
De este modo, China, en estos momentos, está en condiciones de trabajar por un
orden mundial multipolar desde una posición de seguridad y fortaleza. Hoy el
gobierno chino brinda apoyo material y diplomático a los países del Sur Global que
enfrentan el estrangulamiento económico de Estados Unidos: entre ellos Irán, Cuba,
Venezuela, Bolivia y la República Popular de Corea. Al igual que lo hizo una vez la
Unión Soviética, pero, posiblemente con recursos aún mayores.
Y, por supuesto, al igual que hizo con la Unión Soviética, los Estados Unidos tratan
de hacer creer que estas demostraciones de solidaridad Sur-Sur son un plan
siniestro de China para la dominación mundial. De esta manera busca proyectar (o
más bien desplazar) sus propios crímenes y males sociales sobre China
(calificándola como una potencia imperialista fundada en el racismo y el
colonialismo).
Ahora, el gobierno estadounidense lo está haciendo de manera tan abierta porque
su estrategia del “compromiso” ha fracasado. Pero el hecho, que durante mucho
tiempo esta política pareció ser exitosa es lo que alejó a la izquierda occidental de
China.
En el frente interno, la maquinaria de propaganda estadounidense trabaja
principalmente para posicionar a China como ese “gran otro” oriental amenazador.
Durante la pandemia la retórica de Trump sobre el «virus chino» y las falsas
acusaciones de Joe Biden han pavimentado el camino para la aparición de un
abierto racismo anti-asiático – a menudo violento- que está impulsando la
discriminación y la persecución de académicos e investigadores chinos.
En esta atmósfera, el espectro del macartismo se cierne, sobre todos nosotros.
Puede que pronto veamos el regreso a los juramentos de lealtad, las listas negras
de los profesionales y, la vigilancia del pensamiento para garantizar que nadie de
ascendencia china pueda contradecir las narrativas del Departamento de Estado y
permanecer en la vida pública.
Ahora, queremos dejar en claro que es extremadamente preocupante que muchos
en la izquierda occidental parecen decididos a aplicar la misma política anti-china de
esta desplegando el imperio estadounidense.
Como antiimperialistas que vivimos en el núcleo imperial, en Qiao insistimos en que
nuestra principal responsabilidad es desarticular la maquinaria de guerra de Estados
Unidos y no atacar el carácter social o económico de los países que están en su
punto de mira.
Pero dentro de los espacios de izquierda, también insistimos que China tiene una
dirección socialista en su camino de desarrollo. Un camino acosado por reveses y
compromisos. Un difícil camino que se abre paso en medio de un orden mundial
profundamente inhóspito, que comenzó con una revolución desde una posición de
pobreza feudal, subyugación semicolonial, invasión extranjera y guerra civil.
Como marxistas insistimos en tratar el “socialismo con características chinas” como
un proceso. Un proceso dialéctico plagado de contradicciones, pero también repleto
de posibilidades. No es un proceso estático y, mucho menos un cambio que China
podría alcanzar en apenas cuatro décadas.
Como se ha mencionado aquí, China acaba de lograr un hito en este fase: la
eliminación completa de la pobreza extrema. Un logro monumental. 850 millones de
personas liberadas de la miseria más abyecta en solo 40 años. Esta conquista
popular fue deliberadamente silenciada por la prensa occidental, incluso por la
mayoría de los medios de la “izquierda”.
La respuesta de China al COVID-19 también mostró al mundo el verdadero rostro de
una sociedad fundada en la solidaridad, una sociedad que puso a las personas por
encima de los negocios y la “economía”. Los periodistas occidentales se centraron
exclusivamente en una supuesta naturaleza «draconiana» de medidas contra la
pandemia. Las vacilaciones iniciales y los pasos en falso fueron exagerados
grotescamente, pero no informaron sobre los enormes esfuerzos de ayuda mutua
organizados por las células locales del Partido Comunista.
El contraste de China con Estados Unidos es inmenso. Aquí hay recuentos diarios
de casos que superan los 200.000, casi tres veces el total de China durante el
transcurso de toda la pandemia. Y a continuación, estamos viendo una ola de
desalojos masivos en más de 10,000 familias.
Un panorama mediático que entierra o ignora la realidad, que se limita al terreno
discursivo establecido para denigrar a los supuestos enemigos, es un panorama
tremendamente empobrecido.En este escenario mediático la izquierda y el
movimiento contra la guerra perderán una vez más, hoy el aparato de propaganda
es mucho más sofisticado y poderoso que nunca. La propaganda del Imperio ha
costado innumerables vidas: no solo en el extranjero, al fabricar consentimientos
para sanciones genocidas y guerras de cambio de régimen, sino también aquí en
casa.
La muerte de muchas de las víctimas estadounidenses por el COVID-19 está, al
menos en parte, en manos de los medios de comunicación que, en su arrogancia
denigraron uniformemente la respuesta de China y excluyeron la posibilidad de
aprender las lecciones positivas de esa experiencia.En resumen, a pesar de la
pandemia, a pesar de la guerra comercial, a pesar de la incesante agresión
estadounidense, China ha cumplido, con su plazo de poner fin a la pobreza extrema
en el 2020. La próxima fecha límite autoimpuesta es 2049 – el centenario de la
Revolución- para convertir el país en “una nación socialista moderna».Es cierto, es
un objetivo vagamente redactado. Pero, ¿quién de nosotros no recibiría esta
perspectiva con algo más que una sincera emoción?