Indagación a los rincones invisibilizados de la historia intelectual colombiana Néstor Kohan. Ensayista y pensador marxista argentino. Profesor de la Universidad de Buenob Aires**

Texto del prólogo a la antología Marxismo en Colombia. Historia y problemas (IEALC-UBA), Buenos Aires, Argentina, 2020.

Desde su mismo nacimiento, el estado-nación colombiano se gestó a partir del conflicto social. Es ampliamente conocido que el proyecto inicial del Libertador Simón Bolívar —como el de gran parte de sus compañeros y compañeras— consistía en construir una “Gran Colombia” (estado-nación que agruparía lo que hoy se consideran varios países diversos y separados entre sí), núcleo central de la “Patria Grande” latinoamericana.

Unión de naciones, eje del “equilibrio del mundo”, polo aglutinador de los despojos coloniales de cuatro virreinatos, herederos deshilachados de la Conquista y colonización europeas.
Dicho proyecto emancipador logró triunfar sobre el colonialismo europeo (que nunca “regaló” nada, y menos la independencia, a pesar de lo que pretenden argumentar algunos mañosos historiadores académicos franceses), independizando en términos nacionales el continente y al mismo tiempo aboliendo en el terreno social la esclavitud y la servidumbre varias décadas antes de que lo hiciera el celebrado Abraham Lincoln en la gran potencia del Norte.
No obstante, como las burguesías criollas (mantuanas en el caso venezolano, pero con un comportamiento social que se repitió en toda Nuestra América, quizás con la única excepción de Haití) nacieron dependientes, raquíticas, lúmpenes, con una estrechez de miras estratégicas e intereses sociales demasiado limitados, el proyecto liberador e integrador bolivariano quedó trunco y manco.
Francisco de Paula Santander en Colombia y Bernardino Rivadavia en lo que hoy es Argentina se convirtieron en las antípodas de Bolívar y San Martín. Fieles y sumisos a la Doctrina Monroe y al supuesto “destino manifiesto” de los Estados Unidos de Norteamérica, ambos se opusieron al proyecto anfictiónico de 1826. Los sueños emancipadores de Bolívar eran demasiado grandes y abarcadores para la clase dominante “colombiana”.
De allí en adelante, el conflicto social atravesó como un hilo rojo la historia completa de la pequeña Colombia —pedacito territorial insignificante, si la comparamos con lo que tenía en mente el Libertador al encabezar la guerra social y la doctrina del pueblo en armas contra el colonialismo europeo—.
Dicho conflicto social se agudizó aún más durante el siglo XX. La formación social colombiana, bajo dominio directo de empresas imperialistas como la tristemente célebre United Fruit (firma de nombres cambiantes a lo largo del tiempo, pero siempre omnipresente), no dejó de padecer matanzas sistemáticas ya desde las primeras décadas del siglo. “La masacre de las bananeras” fue una de las más famosas, pero lamentablemente no fue la última.
La dominación burguesa-oligárquica criolla, entrecruzada con la dominación imperialista de inversiones extranjeras directas, generó, como era de esperar, una respuesta insumisa que a pesar de los miles y miles de cadáveres del campo popular que han regado el territorio colombiano durante todo un siglo, nunca ha desaparecido.
¿Cómo ha explicado la clase dominante colombiana semejante persistencia de la resistencia popular? Con diversos relatos. Uno más insostenible que el otro. Desde la descalificación del supuesto “bandolerismo” social hasta el macartismo exacerbado de la guerra fría, donde predominaron los típicos anatemas de la “influencia cubano-soviética”.
Recién durante las últimas décadas, aquellos añejos relatos legitimantes del orden establecido fueron reemplazados por la apelación al supuesto “narco-terrorismo”, hoy a la moda en la retórica oficial del Pentágono y en las películas de acción de Netflix. La matriz siempre fue la misma, aunque cambiaran los términos. El conflicto, supuestamente, tendría su origen en un oscuro, difuso y enigmático… “afuera”.

La historia real, laica y profana, es menos espectacular y bastante distinta. Es falsa la pretendida “armonía social” que viene a ser quebrantada desde “afuera” por maliciosos… “bandoleros” (antes de ayer), “agentes comunistas” (ayer), “narco-terroristas” (hoy). El conflicto social es inocultablemente interno y estuvo presente aún antes de que naciera como nación independiente la pequeña Colombia, fragmento deshilvanado de la “Gran Colombia” por la que dieran su vida Bolívar, Miranda, Sucre y muchos otros y otras.
Pero la rebeldía no fue nunca ciega ni muda. No puede serlo. Aunque el pensamiento crítico haya sido persistentemente invisibilizado por la rutina de las Academias, el periodismo oficial, el ensayismo sociológico y la historiografía de museo, acompañó desde sus inicios las diversas y heterogéneas rebeliones del pueblo colombiano. Un pensamiento crítico que además fue ocultado, silenciado, censurado y cuando no se pudo dejar de lado, demonizado y satanizado. Sin embargo, sin explorar sus diversos afluentes sería imposible comprender la complejidad de la historia de la formación social colombiana.
Lo curioso es que dentro del ancho horizonte del pensamiento crítico colombiano se terminaron construyendo vertientes “potables”, “prestigiosas” y “citables”, convertidas incluso muchas veces en mercancías convencionales de consumo universitario; mientras muchas otras se volvieron directamente… innombrables.
Entre estas últimas, es altamente probable que el marxismo —tradición específica dentro del paradigma crítico colombiano— haya sido de las más golpeadas, denostadas e invisibilizadas. Si su influencia fue mucho más allá de las organizaciones sociales, políticas y político-militares que en él se inspiraron, aparece siempre una muy “oportuna” tijera que comienza a podar todo lo que tenga el perfume asociado a dicha tradición. Sea en el pensamiento social de representantes religiosos, sea en los escritos de sociólogos académicos, sea incluso en espacios sociales donde predomina la oralidad y las tradiciones culturales comunitarias.
Si hablamos de Orlando Fals Borda, tenemos que hablar de un Fals Borda radicalmente ajeno al marxismo. Si nos referimos a Camilo Torres Restrepo, debemos pasarlo, ineluctablemente, por el filtro del macartismo más sutil. Así funciona la censura y la autocensura. El marxismo, en sus múltiples coloraciones y tendencias, se ha convertido en un fantasma innombrable a la hora de abordar el conflicto social colombiano y la historia cultural de sus formaciones ideológicas.
Incluso, cuando no queda más remedio que hacer referencia a dicha tradición, se la minimiza y ridiculiza, reduciéndola esquemáticamente a los diversos períodos de la Unión Soviética (la “época gloriosa” de los años ’20, el período gris y opaco que iría desde 1930 hasta 1953 [cuando fallece Stalin], el resurgir desde allí en adelante…). El marxismo colombiano no tendría un eje propio ni siquiera una historia autóctona motivada en sus modalidades específicas de las luchas de clases, sino que bailaría acompasadamente según los acordes de una música lejana, originada al otro lado del océano Atlántico.
Animándose a poner en discusión semejante operación manipuladora y mecánica, predominante hasta ahora en el mainstream del establishment universitario (dentro de Colombia, pero también en los estudios de “colombianólogos” fuera de Colombia), el grupo de investigación que ha realizado con enorme esfuerzo, sin financiación y a pulmón esta gruesa antología, pone el dedo en la llaga. Indagando en los rincones invisibilizados de la historia intelectual colombiana, rastreando con el viejo afán de ratones de biblioteca que inspirara a Marx durante toda su vida, esta antología permite acceder a una serie de materiales y documentos inhallables para cualquier persona que quiera al menos enterarse de qué ha pensado a lo largo de su historia el movimiento popular colombiano. Materiales inhallables fuera de Colombia, pero también dentro de aquel país, sometido estatalmente hasta el día de hoy [noviembre de 2019] a una doctrina contrainsurgente que cada día está más arcaica y caduca.
Quizás esta investigación haya podido hacerse solamente “desde afuera”, es decir, desde la Universidad Pública de Argentina [Universidad de Buenos Aires, Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe], pues en Colombia las censuras, el encarcelamiento, la persecución y las amenazas de muerte continúan tristemente vigentes. No sólo contra “el marxismo” como paradigma de emancipación social sino contra el conjunto del pensamiento crítico, del cual, sin duda, la tradición marxista conforma uno de sus nervios centrales y el corazón principal.
No quiero terminar estas brevísimas líneas sin felicitar no sólo al grupo de investigación que ha acometido semejante tarea de recopilación y estudio sino también al movimiento popular colombiano que más temprano que tarde, sacándose de encima un régimen contrainsurgente oprobioso, sabrá hacer honor al pensamiento social del Libertador que abrió, junto con las negritudes insurrectas de Haití, en el Caribe, y en colaboración con las tropas internacionalistas de San Martín en el Sur, la gran epopeya anticolonial de la liberación latinoamericana.


Néstor Kohan (n. Buenos Aires, en 1967) es un filósofo, intelectual y militante marxista argentino, perteneciente a la nueva generación de marxistas latinoamericanos. Como parte de esta tradición de pensamiento político y cultural publicó 25 libros de teoría social, historia y filosofía.