
El relato de “La Peste”, comienza con la forma insidiosa, letal e incierta de la enfermedad, prefigura el proceso de la cuestión embrollada de la existencia y la rutina, crece sin pedir permiso, desparramándose sin previsión posible.
Esa es la peste, y la vida de ese territorio aletargado se perturba.
Cada quien va ocupando su lugar, ese del que ya hay una impronta, pero termina referenciándose, haciéndose tiempo y espacio sin mañana posible o definido. La vida y la muerte conviven, cuando la segunda nunca fue palpada, no tenía rostro ni definición.
Progresivamente el relato va permitiendo ver a sus protagonistas enmarcarse, mostrar su esencia, si es que existe tal cosa.
Y finalmente, se la vislumbra lo único posible y necesario, sólo somos como parte de la masa colectiva que se mueve, es orgánica, lejos de representar a un ejército de iguales que soñaba la utopía o la distopía, preñada por un ideal militarizado; la peste descubre, en el libro de Camus a un conjunto a un colectivo orgánico unido por los fluidos, los líquidos corporales: mismo sudor, misma lágrima; y los alientos, los gases, las exhalaciones, los suspiros.
Un cuerpo. Somos emigrantes, afirma el autor, siempre en la búsqueda de la verdadera patria o matria, no estamos donde queremos. Desconocemos en la insatisfacción la identidad, lo que nos hace semejantes, lo que nos liga sin perdernos.
La peste funcionó como la disección del cuerpo, de esa totalidad que permite la vida, que genera la esperanza que descubre la valentía, la miseria y la gloria. Los mismos dolores, los mismos sufrimientos, tantas veces o casi siempre percibidos como únicos e individuales, porque la constatación de esa vivencia nos apabulla y nos absorbe sin poder llegar a la instancia de aceptar que somos seres sufrientes conectados indefectiblemente.
¿Quiénes somos? Un engranaje, una partícula, una célula del todo, si me distraigo y me canso, los demás cargan conmigo, o me arrastran hasta que uno a uno cae. Y la peste sólo muestra que no se trata de una enfermedad física, sino de los que nos ha esclavizado robándonos los tiempos, los abrazos y los afectos.
El libro transita por todas las formas del amor: el cercano, cotidiano, el perdido, el soñado, el idealizado, el roto, el buscado.
La pospandemia traerá cuestiones que no se sabe si tienen o no sentido, pero la prioridad es “saber qué se ha respondido a la esperanza de los hombres”, dice Camus, y responde es “volver a la morada de su amor”, ¿esa morada que guarda ? nada, es un espacio que se debe habitar que no tiene ningún contenido; es más, cuando se lo llena muy posiblemente se lo abarrota, se lo transgrede, se lo anquilosa y se degrada, somos emigrantes, somos trashumantes, peregrinos, caminantes.
La Peste, un libro sobre el Amor, la peste es una experiencia sobre el amor
Olavarria
El relato de “La Peste”, comienza con la forma insidiosa, letal e incierta de la enfermedad, prefigura el proceso de la cuestión embrollada de la existencia y la rutina, crece sin pedir permiso, desparramándose sin previsión posible.
Esa es la peste, y la vida de ese territorio aletargado se perturba.
Cada quien va ocupando su lugar, ese del que ya hay una impronta, pero termina referenciándose, haciéndose tiempo y espacio sin mañana posible o definido. La vida y la muerte conviven, cuando la segunda nunca fue palpada, no tenía rostro ni definición.
Progresivamente el relato va permitiendo ver a sus protagonistas enmarcarse, mostrar su esencia, si es que existe tal cosa.
Y finalmente, se la vislumbra lo único posible y necesario, sólo somos como parte de la masa colectiva que se mueve, es orgánica, lejos de representar a un ejército de iguales que soñaba la utopía o la distopía, preñada por un ideal militarizado; la peste descubre, en el libro de Camus a un conjunto a un colectivo orgánico unido por los fluidos, los líquidos corporales: mismo sudor, misma lágrima; y los alientos, los gases, las exhalaciones, los suspiros.
Un cuerpo. Somos emigrantes, afirma el autor, siempre en la búsqueda de la verdadera patria o matria, no estamos donde queremos. Desconocemos en la insatisfacción la identidad, lo que nos hace semejantes, lo que nos liga sin perdernos.
La peste funcionó como la disección del cuerpo, de esa totalidad que permite la vida, que genera la esperanza que descubre la valentía, la miseria y la gloria. Los mismos dolores, los mismos sufrimientos, tantas veces o casi siempre percibidos como únicos e individuales, porque la constatación de esa vivencia nos apabulla y nos absorbe sin poder llegar a la instancia de aceptar que somos seres sufrientes conectados indefectiblemente.
¿Quiénes somos? Un engranaje, una partícula, una célula del todo, si me distraigo y me canso, los demás cargan conmigo, o me arrastran hasta que uno a uno cae. Y la peste sólo muestra que no se trata de una enfermedad física, sino de los que nos ha esclavizado robándonos los tiempos, los abrazos y los afectos.
El libro transita por todas las formas del amor: el cercano, cotidiano, el perdido, el soñado, el idealizado, el roto, el buscado.
La pospandemia traerá cuestiones que no se sabe si tienen o no sentido, pero la prioridad es “saber qué se ha respondido a la esperanza de los hombres”, dice Camus, y responde es “volver a la morada de su amor”, ¿esa morada que guarda ? nada, es un espacio que se debe habitar que no tiene ningún contenido; es más, cuando se lo llena muy posiblemente se lo abarrota, se lo transgrede, se lo anquilosa y se degrada, somos emigrantes, somos trashumantes, peregrinos, caminantes.
La Peste, un libro sobre el Amor, la peste es una experiencia sobre el amor