
En agosto de 2017, el buque metanero ruso Cristophe de Margerie navegó desde Noruega hasta Corea del Sur a través del Ártico en tan solo 19 días, un 30% más rápido que la ruta que cruza el canal de Suez. Fue el primero en lograrlo sin ayuda de un barco rompehielos.
Un año después, en enero de 2018, otro navío ruso, el Eduard Toll, logró recorrer la distancia que separa Corea del Sur del puerto de Sabetta (Rusia) en mitad del invierno. También era el primero que conseguía hacerlo en esa época del año. El nexo de unión entre ambas expediciones es el calentamiento global provocado por el cambio climático.
Y es que la ruta marítima del Norte (Northern Sea Route o NSR en inglés), igualmente conocida como el paso del Noreste, la que une los océanos Atlántico y Pacífico a través del Ártico, siempre ha sido una quimera para los mandatarios rusos. Los primeros intentos para hacer de la ruta del Norte una realidad se remontan al siglo XVII, aunque no fue hasta después de la Revolución rusa de 1917, momento en que la Unión Soviética quedó aislada de las potencias occidentales y la radio y los rompehielos aparecieron, cuando Rusia consiguió de manera definitiva hacer navegable la ruta del mar del Norte.
No obstante, hasta la fecha cruzar el Ártico requería el uso de grandes navíos que abrieran paso a través de la fuerte capa de hielo y, por consiguiente, elevados costes. Eso, sumado a la escasa cantidad de días en los que la ruta era transitable, provocó que en la práctica el paso del Noreste nunca fuera una opción para la actividad comercial, que siguió haciendo uso de la ruta que pasa por el canal de Suez.
Ahora, con el deshielo de los casquetes polares, que se derriten a una velocidad sin precedentes, navegar a través del Ártico es más rápido, más sencillo, más estable y, sobre todo, más barato, por lo que se espera que en los próximos años el tráfico de la ruta del Norte aumente exponencialmente a medida que gane importancia en el panorama del comercio mundial.