
“En general se considera que la nueva ley es más que nada declarativa y que no cambiará nada en la realidad de la vida diaria” (“La ley de nacionalidad de Israel. Reacciones y exageraciones”, Uy.Press, 20-7-18). Con estas palabras Ana Jerozolimski se plegaba a la corte de defensores del gobierno de Netanyahu demostrando un alto grado de ingenuidad política.
Solo basta mencionar que, a los pocos días de la aprobación de la ley, el mismo gobierno anunció que se propone respaldarse en ella para justificar el blanqueo de la usurpación por colonos judíos de tierras privadas palestinas de Cisjordania (“El gobierno sostendrá en el juzgado: la ley Estado Nación Judío justifica intimar a palestinos a vender sus tierras a judíos”, Walla, 8-8-18).
Pero eso fue solo el principio. Ahora comienza la etapa en la cual se invierten todos los esfuerzos para que tome arraigo en toda la población el verdadero sentido de la ley, la supremacía judía en Israel está por encima de todo principio democrático que el mundo lo considere universal. Para ello nada mejor que comenzar con los niños en edad escolar.
Tanto en Israel, como prácticamente en todo el mundo, se acostumbra a incluir en los planes de estudio de nivel secundario una materia que se ocupa de la difusión y esclarecimiento del medio social y político circundante. A esta actividad se la denomina bajo diferentes apelativos: Instrucción cívica, Cultura ciudadana, Educación democrática, etc.
En Israel, en los institutos de nivel secundario bajo control estatal, el contenido y objetivos de la enseñanza están guiados por instrucciones precisas del Ministerio de Educación. Específicamente en la temática de esta nota, la visión básica que reinaba en las guías del Ministerio de Educación hasta poco tiempo atrás, se basaba en una visión universal de lo que significa una democracia. En este sentido se acentúa la constitución de un gobierno que representa una mayoría, pero su poder de gobernar debe atenerse a la necesaria existencia de normas básicas de una democracia que permitan proteger a las minorías de un posible totalitarismo de la mayoría. Entre otros medios, se menciona un orden jurídico estable que proteja los derechos humanos universales de toda la población.
Pero en Israel de la última década, el Ministerio de Educación supone la existencia y necesidad de reconocimiento universal de una “democracia a la judía”.
Lavado ministerial de cerebros
Durante muchos años, casi una década, inspectores del Ministerio de Educación en esta materia evitaron toda modificación en la guía de enseñanza. Recientemente se hizo imperioso modificar esta conducta. La necesidad de actualizar las temáticas, principalmente la nueva ley de Estado Nación Judío, fue determinante. En la nota aclarativa de las instrucciones de estos días por el ministerio se acentúa que “hay sectores de la sociedad que remarcan que además del orden jurídico es necesario que las leyes necesariamente deban adaptarse a principios de la justicia universal, a la moral y los derechos humanos universales. Hay otros sectores que sostienen que el orden judicial debe ser separado de los derechos humanos, por lo tanto, no se debe aceptar este complemento”. Finalmente, el documento fija que “el orden judicial esta totalmente separado de los principios de derechos humanos, e inclusive está en contradicción con él” (“Sugerencias del estudio del orden democrático en escuelas secundarias: Derechos humanos universales no son parte del orden judicial israelí”, Haaretz, 25-10-19).
En otras palabras, el mensaje que se trasmite a estos jóvenes y futuros ciudadanos de Israel es que el carácter de las leyes que dicta el poder no necesariamente debe ser justo, igualitario y moral, o deban adaptarse a la declaración universal de derechos humanos, y que el gobierno puede imponer normas que pisotean groseramente valores y principios democráticos universales, y todavía pretender ser reconocido como democrático.
Nadie debe sorprenderse de este catastrófico viraje de la visión oficial de la educación en el Estado Judío. Sheldon Adelson, el multimillonario judío estadounidense, inversor de cientos de millones de dólares en el diario Israel Hayom para promocionar a Netanyahu y sus políticas, principal donante a la campaña electoral de Trump y quien le susurra al oído políticas favorables a Israel, en el año 2014 ya dio el justificativo según la típica excepcionalidad que reclama el Estado Judío. “No es nada terrible que Israel no sea una democracia. Eso no está escrito en la Torah”, afirmó el magnate. (“Adelson: no es nada terrible que Israel no sea una democracia”, Haaretz, 9-11-14).
Nuevamente se demuestra que el Estado Judío, bajo el liderazgo de Netanyahu, persiste en el nefasto camino de degenerar el judaísmo tirando por la borda valores y principios históricos. Que no quepa la menor duda. La aversión hacia Israel y el judaísmo se multiplicará y quienes pagarán el precio de esta aciaga cruzada serán justamente las comunidades judías de la diáspora. Si todavía no les cayó la ficha, sería prudente que presten atención a los acontecimientos y se bajen de descripciones arcaicas de la realidad.
Ojalá me equivoque.
*Daniel Kupervaser. Herzlya – Israel 26-10-2019
http://daniel.kupervaser.com/