Fotogenia* de la Guerra Fría o Hollywood desde la primera fila: «Puente de los espías» Amor DiBó. Ensayista catalana . (www.elcineenlasombra)

''Puente de los espías'' es una película de Steven Spielberg (2015) con argumento de los hermanos Coen sobre el canje de prisioneros entre la Urss y EEUU en Berlín en plena Guerra Fria.
               *fotogenia. (Del fr. photogénie). 1. .f. Cualidad de fotogénico.                                                                                                                                                               

Cuando Spielberg filmó ‘Bridge of Spies‘ (2015, El puente de los espías) hacía un cuarto de siglo que había terminado la Guerra Fría. El mismo genio que en 1979 fue capaz de recrear el clima que siguió a la entrada de los EEUU en la Segunda Guerra Mundial en su notable comedia ‘1941‘, fue también capaz de devolver su rostro al espía Rudolf Abel y de convertir a Gary Powers en el héroe que nunca fue.

En 2016, Spielberg nos permitió entender –con cierto aire de idealización humanitarista, bien es cierto… pero ¡el cine es el cine y Hollywood no es una cátedra de historia precisamente!– lo que fue la Guerra Fría en toda su crudeza.

Lo llevadero de ‘Bridge of Spies‘ es, precisamente, lo que nos ha inducido a iniciar esta serie sobre la historia del siglo XX en el cine con el ciclo que se prolongó desde 1948 (golpe de Praga, primer episodio del nuevo ciclo histórico) hasta la caída wagneriana del Muro de Berlín en 1989.

El origen del término

Bernard Mannes Baruch fue un financiero, accionista, filántropo, estadista, y asesor político estadounidense de origen judío. Después de su éxito en los negocios, dedicó su tiempo a aconsejar a los presidentes de EE.UU. Woodrow Wilson y Franklin D. Roosevelt en asuntos económicos y se convirtió en filántropo.

 

Las biografías conspiranoicas no son muy condescendientes con la figura de Bernard Baruch, asesor de varios presidentes de los Estados Unidos; de origen judío, como los grandes del cine de Hollywood, antes de cumplir los treinta ya era multimillonario. Ni descubrió nada, ni siquiera creó o fabricó algo que valiera la pena. Simplemente especuló. Nuestro hombre no tiene nada que ver con el actor norteamericano del mismo nombre del que las historias del cine cuentan que apenas filmó un par de películas intrascendentes (‘Radio bikini‘ y ‘The American Experience‘ en 1988) y que jamás volvió a dar señales de vida. El Baruch que nos interesa, en 1916 ya era asesor del presidente Woodrow Wilson. Al entrar los EEUU en la Primera Guerra Mundial se le confirieron extraordinarias responsabilidades y en la década de los veinte ya estaba convencido de que el mundo vería un nuevo conflicto y trabajaba para que su país resultara el más beneficiado. Pertenecía a la élite de “los que sabían”. Estuvo junto a Roosevelt al estallar el nuevo conflicto y su sucesor, Harry Truman, lo mantuvo a su vera. Murió a los 94 años y a su funeral, en la sinagoga Shaaray Tefilá de Nueva York, asistieron 700 personas, mucho para un hombre que figuraba entre los más odiados a esta parte de la galaxia. Todas las épocas han tenido su Kissinger, su Brzezinsky, su Baruch, es decir, su eminencia gris. Ellos no han tenido películas, como Abel o Powers, Hollywood los ha ignorado sistemáticamente, a pesar de pertenecer a la élite del gobierno. Solamente los conspiranoicos se han preocupado por ellos. Y merecían algo más.

Si recordamos ahora a Bernard Baruch es porque, entre sus muchos méritos, figura haber dado nombre al período histórico que se preveía desde que los soldados rusos y norteamericanos se dieron la mano a orillas del Elba el 25 de abril de 1945. El 16 de abril de 1947, en el curso de un discurso, fue explícito: “No nos engañemos: estamos inmersos en una guerra fría” (Cold War). El término fue luego patentado por el periodista (y filósofo amateur) Walter Lippmann dando título a uno de sus libros aparecido el mismo año. El nombre de Lippmann, por cierto, aparece tangencialmente en varias películas e incluso su rostro fue encarnado por Paul Newman a principios de los 80 en una olvidable TV-movie ‘The Walter Lippmann Story‘ (1982) con guión de David Rintels, que jamás se estrenó en España. Eran los tiempos de ‘Falcon Crest‘, ‘Dallas‘ y ‘Hill Street Blues‘, todavía no existían las televisiones privadas en nuestro país, así que nadie se interesó por el hombre que tomó prestado de Baruch el título que calificaría al período histórico que sucedió a la Segunda Guerra Mundial. Lippmann se merecía algo más que una historia en la que lo esencial de la trama es su amor con la mujer de su mejor amigo. Hollywood es así: denle un tema, pídanle un biopic y lo reducirán al “chico busca chica – chico encuentra chica”, seguramente lo menos interesante en la biografía de Lippmann.