
“Rusia no es Europa” : esta sentencia es pronunciada en Occidente por quienes quizás no existirían hoy sin ese país… (Introducción de Robert Charvin a su libro Rusofobia ¿hacia una nueva guerra fría? )
Efectivamente, fue Rusia la que, con sus 22 millones de muertos, salvó del nazismo a los países europeos. Pero todo fue organizado para “desfigurar” la Historia y hacer olvidar aquellos crímenes de masa. Apoyados por sus historiadores, sus juristas y sus medios de comunicación, los Estados occidentales impusieron una visión del pasado de Europa al resto del mundo; y eso fue en detrimento de Rusia, expulsada hacia una imprecisa zona “euroasiática”.
A este país le reclaman permanentemente una autoflagelación que ellos mismos no practican: por ejemplo, ¿cuándo se han arrepentido las potencias coloniales europeas por sus prácticas en África? ¿Cuándo denunció Francia oficialmente la masacre de la Comuna de París, o cuándo hizo un juicio definitivo de la política de colaboración con el nazismo? ¿En qué ocasión Europa, en sus negociaciones para inscribirse en el mercado euroatlántico, ha planteado como condición la condena del genocidio indígena sobre el que se fundó la Gran América ?
De hecho, a Rusia se le ha pedido dejar de ser rusa y hacer acto de contrición. Esta manipulación discriminadora de la Historia no es un fenómeno únicamente contemporáneo : está inscrita en una continuidad de arrogancia y desprecio. Rusia habría experimentado una “entrada tardía en la Historia” (1) : su voluntad de independencia sería un particularismo y su negativa de satelización, un rechazo de la civilización europea. A lo largo de los siglos hasta nuestros días, Occidente solo ha tolerado a Rusia cuando eso ha servido a los intereses estratégicos de las potencias occidentales (como ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial) o cuando es débil (algo que hemos constatado durante los primeros años de 1990).
“La principal preocupación de la política extranjera estadounidense, es la de mantener el desmembramiento de la ex-URSS y de ser posible, acentuarlo”
En su polémico libro, un periodista francés de tradición antirrusa se sorprende de que el presidente Putin “haya osado distanciarse del presidente estadounidense durante la última intervención de los Estados Unidos en Irak”, evocando “al pequeño e irreductible pueblo de las montañas”, es decir a los chechenos y expresando una completa indulgencia por los “años Yeltsin”, “forzosamente caóticos” (2).
Desde el fin de la URSS, “Estados Unidos, en lugar de buscar una gestión democrática del planeta, quiere someter tanto a sus adversarios como a sus aliados”, como lo destaca P-M de la Gorce (3), un conocido periodista francés director de la revista Défense Nationale. Muchos documentos reveladores muestran esta ambición.
Dos de ellos emanados del Pentágono (el informe Wolfowitz y el de Amiral Jeremiah, adjunto de Colin Powell). (4) Tratan acerca de las orientaciones de la política extranjera norteamericana en el periodo posterior a la guerra fría. El objetivo fundamental es mantener el estatus de superpotencia única que Estados Unidos adquirió después del derrumbe del campo soviético. Esta posición hegemónica debe ser preservada contra toda tentativa de cuestionamiento ante la aparición de otros centros de poder considerable.
En todos los lugares donde la posición preponderante de Estados Unidos pudiera ser cuestionada, la presencia militar estadounidense adquiere una importancia fundamental. De manera muy explícita, el informe Wolfowitz expone que “un resurgimiento del nacionalismo en Rusia o la tentativa de que se vuelvan a unir a ella aquellos países que ya son independientes, como Ucrania, Belarús y eventualmente otros más, significa verdaderos riesgos para la estabilidad en Europa”.
La principal preocupación de la política extranjera estadounidense es mantener el desmembramiento de la ex-URSS, y en la medida de lo posible acentuarlo; asimismo, en cualquier caso, evitar la reconstitución de una potencia fuerte en Rusia o a su alrededor. El informe Jeremiah, concierne, entre otros, un eventual conflicto a propósito de los países bálticos. En el ámbito nuclear a Estados Unidos le conviene continuar apuntando una parte de su propio arsenal contra los dispositivos del antiguo arsenal soviético, “porque Rusia todavía es la única potencia en el mundo que puede destruir a Estados Unidos”.
Pero Estados Unidos no solo se preocupa por sus antiguos adversarios sino también por sus aliados europeos. Según el informe Wolfowitz, es necesario “actuar para impedir el surgimiento de un sistema de seguridad exclusivamente europeo que podría desestabilizar a la OTAN”. La OTAN es una especie de Santa Alianza occidental (5) que, por otra parte, como Estados Unidos lo ha afirmado expresamente en diversas ocasiones, “debe poder actuar independientemente de las Naciones Unidas” a pesar de las reservas expresadas en algunos casos por los estados europeos, particularmente por Francia.
En el mismo orden de cosas, en el 2005, Condoleezza Rice declara que la diplomacia estadounidense “ayuda a reequilibrar los poderes en el mundo a favor de la libertad…” (6) y que además se opone a “la ideología del odio, a la tiranía, al terror y a la desesperación”. Dice todo esto, a pesar del despedazamiento de la construcción de la Yugoslavia de Tito, utilizando una política propia del etnicismo inspirada en las prácticas llevadas a cabo en Afganistán, de los delitos flagrantes cometidos en Kosovo en nombre de la “urgencia humanitaria” y de la intervención en Irak.
Además, algunos años antes, Estados Unidos había apoyado a los Jemeres Rojos, incluso cuando fueron derrocados por las fuerzas vietnamitas (para entonces los estadounidenses argumentaban que el gobierno de los Jemeres Rojos en el exilio representaba la “continuidad”, ¡lo que dice mucho sobre la supuesta “costumbre” de intervención humanitaria!).
En ese mismo discurso de 2005, ante la Comisión de Asuntos Exteriores del Senado, Rice indica que, frente a Rusia, “continuarán ejerciendo presión a favor de la democracia” en virtud de un humanitarismo que sin embargo tiene, como lo destaca Noam Chomsky, una geometría variable (7). Y, de hecho, el 6 de octubre de 2004, el Congreso estadounidense había retomado la Ley para la Democracia en Belarús, previendo sanciones económicas contra ella por no actuar, según USA, conforme a los “valores democráticos” occidentales.
Por intermedio de la OTAN, Estados Unidos insiste en mostrar que desea seguir siendo el dueño absoluto frente a los estados aliados de Europa occidental, particularmente en lo que respecta a la expansión hacia el Este, los Balcanes y el mar Báltico. Este vasallaje de los aliados se vuelve tanto más necesario que el sistema productivo de Estados Unidos es cada vez menos eficiente (lo esencial del déficit estadounidense es cubierto por los capitales provenientes de Japón, pero sobre todo de Europa). Al violar abiertamente la legalidad internacional8, los medios extraeconómicos compensan la fragilidad del poder financiero e industrial, en particular con respecto a Rusia y China.
Durante la reunificación de Alemania (sin tener en cuenta a la República Democrática Alemana, RDA, y con el acuerdo de la Rusia de Gorbachov) los gobiernos de Estados Unidos se habían comprometido a no extender las posiciones de la OTAN hacia el Este. Ese compromiso no fue respetado : la instalación de un sistema de “defensa” antimisiles muy alejado de Estados Unidos, pero en las fronteras de Rusia, constituye un arma primordial de ataque. No sirve para proteger a Estados Unidos : es un instrumento que le permite a este país “modular” el entorno político del espacio europeo, según sus propios intereses.
Todas las políticas extranjeras interactúan entre ellas y la estrategia de Rusia ha sido esencialmente reactiva. El mundo occidental creía que Rusia, relegada como potencia de segundo rango, no tenía futuro. Que su determinante papel en la Segunda Guerra Mundial podía ser borrado. Y que simultáneamente podía aniquilarse el espíritu todavía vivo de la Resistencia, al ser una fuente de “perturbación” en una Europa en profunda crisis. Desde el fin de los años 1940 la ofensiva se llevó a cabo en Europa occidental. Luego se desarrolló en Europa del Este y en diversas ex Repúblicas soviéticas que en los años 1990 se volvieron independentes.
“Se trata de relegar a Rusia a los márgenes de la Historia de la Segunda Guerra Mundial”
El caso Kononov, ampliamente silenciado en Europa occidental, a pesar de la importancia de su significación, es una ilustración muy actual de esta doble voluntad política. La operación fue dirigida por Letonia, separada recientemente de Rusia, contra alguien que fue guerrillero y héroe de la resistencia contra los nazis.
Es una tarea de gran magnitud : se trata de hacer una “relectura” de la Historia de la resistencia, de relegar a Rusia a los márgenes de la historia de la Segunda Guerra Mundial para encerrarla en el campo del totalitarismo criminal. Asimismo, para las autoridades letonas se trata de legitimar las discriminaciones que sufre la minoría rusohablante, chivo expiatorio de los problemas del régimen letón. Todo esto en nombre de un democratismo del que, por otra parte, Letonia no es representativa.
El proceso de Kononov (eminentemente político) y la sentencia definitiva del Tribunal Europeo de los Derechos Humanos no concierne únicamente a Rusia. Es un juicio de toda la resistencia europea basada en la voluntad de independencia nacional y que se confrontó al fascismo o al nazismo de los años 1940.
Se trata de un cuestionamiento de sus valores y de su contribución a la victoria de los Aliados contra la Alemania hitleriana y sus colaboradores. Es el rechazo del principio fundamental de la soberanía de los pueblos. Pero también una tentativa de “robo de la Historia”9 a favor de un Occidente afectado por una crisis no solo económica y social, sino también política y moral, y que prefigura lo que podría ser una nueva guerra fría.
Notas :
1. Leer un significativo libro, muy antirruso, del historiador francés André Ropert. La misère et la gloire. Histoire culturelle du monde russe de l’an mil à nos jours, A. Colin, Paris, 1992.
2. J. Allaman. V. Poutine et le poutinisme. L’Harmattan, Paris, 2004, 136 p.
3. P.-M de la Gorce. «Washington et la maîtrise du monde», Le Monde Diplomatique, Octobre 1992.
4. Leer el New-York Times del 8 de marzo de 1992 y el International Herald Tribune del 18 de febrero de 1991 et del 9 de marzo de 1992.
5. Según la expresión del filósofo Alain Badiou «La Sainte Alliance et ses serviteurs», Le Monde Diplomatique, mayo de 1999.
6. Cf. Le Monde. 20 de enero de 2005.
7. Leer N. Chomsky. «L’OTAN maître du monde», Le Monde Diplomatique, mayo de 1999.
8. Muchos juristas estadounidenses justifican el uso de la fuerza, New York Times, 27de marzo de 1999.
9. Leer el muy importante libro de Jack Goody. Le vol de l’Histoire. Comment l’Europe a imposé le récit de son passé au reste du monde, Paris,
Galllimard, 2010.
Fuente : Robert Charvin, Introducción al libro “Rusofobia, ¿hacia una nueva guerra fría?” (Ediciones Investig’Action/El Viejo Topo. Barcelona, 2018)