
¿Podrá estar listo “un nuevo presidente que no se apellide Castro” ante una situación tan peligrosa? /¿Qué podrá hacer frente a esa “tormenta perfecta de desafíos –empezando por los vientos huracanados de Trump”?/ ¿Quién es “ese burócrata del Partido” [Miguel Díaz-Canel] del que nadie sabe nada? /¿Cuáles serán “los valores e intereses del equipo que apunta a tomar las riendas del Estado cubano”?/ ¿Qué podrá pasar con este candidato a presidente “sin apoyo dentro del PCC ni entre los militares”
«Consideraciones finales: ¿cuáles preguntas?» es el título del artículo (1) publicado en la revista Temas por su Director, el politicólogo Rafael Hernández quien —con los interrogantes expresados más arriba– aborda el ciclo inciado por el ingeniero Diaz-Canel como presidente cubano y sucesor civil del comandante Raúl Castro.
A lo largo de casi 59 años, desde que “las guerrillas bajaron de la Sierra”, la capacidad del orden político cubano de reproducirse mediante el cambio es la clave de su estabilidad. Entre el socialismo de los 60, el de 1970-90, y el que sufrió los embates de la crisis llamada Periodo especial, ocurrieron cambios de fondo, que produjeron más de un reordenamiento del sistema institucional, modificaron los contenidos ideológicos del comunismo cubano, integraron a generaciones que no estuvieron en la Sierra (o el Llano), y se constituyeron sobre una sociedad multigeneracional y cada vez más diferenciada en su estructura socioeconómica.
A partir de los 90, esas críticas y discrepancias, perceptibles alto y claro en una esfera pública cada vez más autónoma, obtuvieron carta de naturalización “dentro” del sistema, también a oídos de líderes viejos y nuevos.
A pesar de cambios palpables, sin embargo, varios años después de haberle transferido el mando a Raúl, algunos expertos afirmaban que Fidel seguía gobernando, pues “eso decía todo el mundo en Cuba”. Aunque las políticas y el estilo de liderazgo de Raúl resultan bien diferentes, aún algunos declaran hoy que “el modelo carismático de Fidel” siguió vigente en la presidencia de Raúl.
Esa misma inercia mental que impregna las visiones sobre la política cubana determina que el nuevo gobierno sea considerado por algunos, aun antes de tomar posesión, como impedido genéticamente de actuar por sí mismo. La ineptitud para apreciar los cambios políticos reales refleja también un lastre ideológico que no deja ver lo que no responda a un paradigma prefijado. Paradójicamente, este lastre funciona igual en ambos extremos del espectro ideológico –ciegamente en contra o en pro. En efecto, cuando se dice que “no habrá cambio político mientras no exista un sistema multipartido y elecciones presidenciales directas”, los dos extremos coinciden en afirmar la “inmutabilidad” política –de un lado, como maligna; del otro, como virtuosa.
Las preguntas cubanas de fondo sobre el nuevo gobierno se colocan más allá de esta ecuación binaria. ¿Puede una Asamblea Nacional con un 98 % de militantes del PCC y la UJC interpelar a los ministros, cuestionar su gestión y removerlos cuando haga falta –según norma la Constitución cubana actual y ocurre en otros sistemas socialistas (como Vietnam)? ¿Es la diversidad y el debate de ideas dentro del Partido, las instituciones representativas del Poder popular, las organizaciones e instituciones del sistema, un síntoma de división y debilidad política –o todo lo contrario? ¿Se necesita “un partido de acero” o uno que demuestre “sentido del momento histórico”, “cambie todo lo que deba ser cambiado”, capaz de liderar “con inteligencia y realismo”? (F. Castro, 2000).
La IX Legislatura, que acompañará al nuevo gobierno, y cuya edad promedio es 8 años menor que la del nuevo presidente, podría empezar a ejercer esas atribuciones constitucionales, aunque fuera de modo paulatino, a lo largo de su naciente mandato. Solo eso ya marcaría una renovación de fondo en el funcionamiento del sistema político, y en la dirección del discurso de Raúl Castro durante su presidencia.
El legado de Raúl es importante porque abarca ideas sobre un socialismo sustentable, próspero y democrático, legitimadas por el sello de la “generación histórica”. También lo es porque incluye políticas ya acordadas y anunciadas, en algunos casos, hace dos años o más. Se trata de acabar de aplicarlas, para lo cual el apoyo que el nuevo gobierno reciba de Raúl al frente del PCC resulta crucial.
Sería contradictorio suponer que este pusiera cortapisas a su propio legado, incluido el relevo de un presidente capaz de desempeñarse con efectividad y obtener su propio reconocimiento. Se trata de su transición, la concebida por él para asegurar la continuidad renovada del socialismo cubano. Suponer lo opuesto, sería tan contradictorio como que Fidel, al pasarle el mando, se hubiera dedicado a no dejarlo tomar sus propias decisiones o a no apoyarlas.
Los retos del nuevo gobierno son conocidos. El primero de una larga lista, en términos de los trabajadores, es restablecer el poder adquisitivo del salario en un mercado de oferta y demanda, privado y estatal, con precios muy por encima del salario promedio. Pero también dispone de fortalezas, que pueden aprovecharse a fondo.
El nuevo presidente dirigirá una sociedad cuya fuerza laboral tiene casi 30 % de graduados universitarios, más que representados en la ANPP, el CC y el Buró Político del PCC; una clase política ampliamente renovada en cada una de sus instituciones; y liderazgos provinciales jóvenes, donde hay figuras capaces, con autoridad política y moral, y apoyo popular. Incorporarlos al nuevo gobierno aplicaría la lección de Raúl sobre la prueba local de los dirigentes políticos, ilustrada en el caso de Díaz-Canel. Entre esos que dirigen el Poder popular y el Partido en las provincias, se incluyen mujeres, que podrían elevarse al nuevo Consejo de Ministros –donde ahora solo son 30 %– ya que representan la mayoría absoluta de los profesionales del país.
¿Cuál es la composición del Consejo de Estado que eligió la Asamblea? Pero sobre todo, del Consejo de Ministros que el presidente le propondrá en el periodo de sesiones de julio próximo.¿Cuáles los orígenes y experiencia de sus miembros? ¿En qué medida se distinguirá del gobierno de Raúl? Aunque algunos expertos y reporteros no reconozcan sus nombres, es probable que la mayoría del nuevo gobierno esté formada por figuras políticas y técnicos menores de 57 (la edad de Díaz-Canel), pero no outsiders del sistema. O sea, educados y criados en las mismas instituciones, promovidos según sus reglas de mérito, y expuestos a los debates y problemas de los últimos 10-20 años –no egresados de otras escuelas o familias políticas. Su selección podría estar más guiada por la representación de sectores, instituciones y tendencias dentro de ese socialismo cubano actual –en lugar de un gabinete compartido casi totalmente por figuras del partido, contribuyentes y seguidores del candidato vencedor, como ocurriría después de las elecciones (democráticas, claro) en otros lares.
Algunos observadores han imaginado una regla que supuestamente predetermina al vicepresidente como próximo presidente (Rojas, 2018). Sin embargo, vaticinar que el vice en 2018 será el presidente dentro de cinco años carece de fundamento. De cualquier manera, tratándose del “número dos” del gobierno, y su eventual reemplazo, no carece de importancia. El elegido, Salvador Valdés Mesa, es un veterano dirigente sindical y ex-ministro del Trabajo, negro, miembro del Buró Político del PCC –como Díaz-Canel–, que pronto cumplirá 73 años.
En cuanto a la composición de la actual dirección del PCC, este Comité Central deberá permanecer hasta 2021. Sin embargo, los miembros del Secretariado y los del Buró Político pueden renovarse cada vez que el CC del PCC lo acuerde (Estatutos, art. 47). Durante el mandato de Raúl como Primer Secretario del PCC, por ejemplo, se produjeron altas y bajas en ambos órganos, que no coincidieron siempre con los congresos partidarios. Así que no existe regla que determine la permanencia inamovible de ningún miembro, incluidos los actuales “históricos”, en el BP.
Por último, está el tema de “los militares” y su papel en un gobierno presidido por “un civil”. Ante todo, es útil aclarar que las trincheras ideológicas o burocráticas resistentes a los cambios y su implementación no están uniformadas. Confundir el “núcleo duro de la ideología” y la renuencia a las reformas con “los militares” revela poca familiaridad con la dinámica cubana de los últimos diez años.
Tampoco está en la idiosincrasia de esas instituciones militares disponer de feudos de acumulación privada, colocar o descolocar presidentes y gobiernos locales, participar de redes de negocios o contubernio con el crimen organizado, y sacarlas tropas a la calle con vehículos blindados a reprimir manifestaciones –como ocurre en otros países de la región y del mundo gobernados por “civiles”.
Suponer que tienen intereses corporativos propios al punto de desencadenar pugnas “inter-elites” en torno al poder político, que puedan poner en peligro la unidad del gobierno en un momento complejo, exponer la estabilidad del país y la seguridad nacional, ofreciendo un flanco a la intervención directa o encubierta de los EEUU, resulta incongruente con la preservación del sistema, con su formación profesional y cultura institucional, e incluso con sus roles asignados en áreas del sector estatal.
Como muchos cubanos saben, el nuevo presidente ha sido alguna vez profesor universitario, aprecia el valor del conocimiento para construir políticas públicas ilustradas, sabe cómo comunicarse eficazmente con la gente de la calle, así como con intelectuales, periodistas y funcionarios del Partido. Su reto mayor no radica en entenderse con los militares, sino en lograr que el sesgo tecnocrático y la lógica eficientista de los ingenieros y economistas que constituyen la mayoría del actual gobierno no marquen la proyección del nuevo. Esta es una oportunidad quizás única para renovar el estilo político gubernamental, dejar atrás definitivamente el del puesto de mando y la guerrilla, y hacer uso extensivo de todas las tecnologías de la información y de la comunicación, para algo tan vital como compenetrarse con la gente y sus problemas; dejar atrás imágenes de los dirigentes como instructores políticos o tecnócratas, y ejercer un rol más cercano al de pedagogos capaces de escuchar y dialogar, conseguir la participación de los trabajadores en la solución de los problemas, clave para articular un nuevo consenso.
En el fondo, el desafío que se le presenta a este nuevo gobierno es el de una transformación cultural en el estilo de hacer política en Cuba.
La Habana, 17 de abril, 2018.
Rafael Hernández es politólogo y dirige la revista cubana de ciencias sociales Temas.
(1) El trabajo completo publicado por Temas puede consultarse en Cuba probable. La transición socialista y el nuevo gobierno.
https://www.nodal.am/2018/05/cuba-probable-la-transicion-socialista-y-el-nuevo-gobierno-por-rafael-hernandez/